Lo de Instituto frente a Unión no fue una simple derrota. Fue un golpe duro, profundo, de esos que obligan a replantearse más de una cosa.
El 0-4 en Alta Córdoba no duele sólo por el marcador: duele por la forma.
El primer tiempo fue un compendio de errores. Desatenciones defensivas, desconexión en el medio, nula reacción arriba.
Un equipo que nunca entendió lo que se jugaba y que terminó pagando caro cada desconcentración.
Una noche para el olvido
Instituto entró dormido. La intensidad que suele ser su marca estuvo ausente. La pasividad sorprendió a propios y extraños. Y cuando Unión golpeó, la reacción no apareció. Se vio un equipo desbordado desde lo anímico y lo futbolístico.
Los rendimientos individuales estuvieron lejos de lo esperado y, en lo colectivo, tampoco hubo respuestas. En el banco, Daniel Oldrá no encontró soluciones. Cada ajuste llegó tarde o fue insuficiente.
La preocupación de fondo
No se trata de un mal partido aislado. La alarma suena porque la “Gloria” perdió algo más que tres puntos: perdió presencia, perdió identidad. Y en un torneo corto, cada traspié pesa el doble.
La goleada dejó cicatrices. Y dejó preguntas que Instituto debe responder pronto si quiere volver a ser competitivo.
Lo de Instituto frente a Unión no fue una simple derrota. Fue un golpe duro, profundo, de esos que obligan a replantearse más de una cosa.
El 0-4 en Alta Córdoba no duele sólo por el marcador: duele por la forma.
El primer tiempo fue un compendio de errores. Desatenciones defensivas, desconexión en el medio, nula reacción arriba.
Un equipo que nunca entendió lo que se jugaba y que terminó pagando caro cada desconcentración.
Una noche para el olvido
Instituto entró dormido. La intensidad que suele ser su marca estuvo ausente. La pasividad sorprendió a propios y extraños. Y cuando Unión golpeó, la reacción no apareció. Se vio un equipo desbordado desde lo anímico y lo futbolístico.
Los rendimientos individuales estuvieron lejos de lo esperado y, en lo colectivo, tampoco hubo respuestas. En el banco, Daniel Oldrá no encontró soluciones. Cada ajuste llegó tarde o fue insuficiente.
La preocupación de fondo
No se trata de un mal partido aislado. La alarma suena porque la “Gloria” perdió algo más que tres puntos: perdió presencia, perdió identidad. Y en un torneo corto, cada traspié pesa el doble.
La goleada dejó cicatrices. Y dejó preguntas que Instituto debe responder pronto si quiere volver a ser competitivo.
Lo de Instituto frente a Unión no fue una simple derrota. Fue un golpe duro, profundo, de esos que obligan a replantearse más de una cosa. El 0-4 en Alta Córdoba no duele sólo por el marcador: duele por la forma.El primer tiempo fue un compendio de errores. Desatenciones defensivas, desconexión en el medio, nula reacción arriba. Un equipo que nunca entendió lo que se jugaba y que terminó pagando caro cada desconcentración.Una noche para el olvidoInstituto entró dormido. La intensidad que suele ser su marca estuvo ausente. La pasividad sorprendió a propios y extraños. Y cuando Unión golpeó, la reacción no apareció. Se vio un equipo desbordado desde lo anímico y lo futbolístico.Los rendimientos individuales estuvieron lejos de lo esperado y, en lo colectivo, tampoco hubo respuestas. En el banco, Daniel Oldrá no encontró soluciones. Cada ajuste llegó tarde o fue insuficiente.La preocupación de fondoNo se trata de un mal partido aislado. La alarma suena porque la “Gloria” perdió algo más que tres puntos: perdió presencia, perdió identidad. Y en un torneo corto, cada traspié pesa el doble.La goleada dejó cicatrices. Y dejó preguntas que Instituto debe responder pronto si quiere volver a ser competitivo. La Voz