En Alta Córdoba el tren dejó de pasar con frecuencia hace rato. Pero la mística de uno de los barrios más entrañables de la ciudad sobrevive en los detalles: el murmullo de la cancha vacía en un fresco como el de hoy, el olor a pan calentito recién horneado en Lavalleja, o el eco de una historia como la de Alejandra Oliveras. Una mujer que se subió a la vida como si fuera un ring y que, aunque nació lejos, eligió a Instituto como refugio, como bandera, como camiseta.
Le decían “La Locomotora”, y el apodo no fue casual. Su estilo arriba del cuadrilátero era una mezcla de furia, velocidad y coraje. Un vendaval sin pausa. Pero también, como esas locomotoras de otros tiempos que llegaban desde el norte por las vías del Ferrocarril Central Córdoba, traía historias de otras tierras, de otros paisajes, y las dejaba estacionadas a pocas cuadras del Monumental.
Alejandra se hizo del barrio, como se hacen los hinchas de verdad: con el tiempo, con las ganas y con la piel. No necesitó nacer en Alta Córdoba para amar a Instituto. Le alcanzó con vivir al frente de la cancha, con cruzar la calle y ver cómo cada “finde” se armaba una procesión de camisetas blancas y rojas, de bombos y cantos que le recordaban que no estaba sola.
“De Instituto, de la Gloria”, dijo una vez, con una sonrisa que no necesitaba edición. En ese instante, fue una más de ustedes. Una gloriosa más.
La locomotora Oliveras. QEPD😔 pic.twitter.com/DYwMWcuG7D
— Fran (@FranO1918) July 28, 2025
La homenajearon en 2008, cuando todavía las luces del Monumental iluminaban sueños de ascenso. Le dieron una camiseta, esa “7” marca Athix que por entonces usaba el gringo Jerónimo Morales Neumann. Ella la agarró como si fuera un cinturón del mundo. Porque para una campeona como ella, que se subió a lo más alto desde lo más bajo, no había trofeo más grande que el cariño de su gente.
Alejandra falleció este lunes a los 47 años. El corazón, que tanto había aguantado piñas y vida, dijo basta. La noticia cayó como un gancho inesperado, de esos que duelen más por lo que no se ve que por el golpe en sí.
Hoy, cuando uno camina por Alta Córdoba, puede asegurar que en alguna baldosa se siente su paso firme. Como si todavía anduviera trotando por los bordes de la cancha, como si el silbido del viento trajera su voz diciendo que sí, que ella era de Instituto como todos “los pibes de su barrio”.
Y que aunque el tren no pase más, siempre habrá una Locomotora en el corazón de La Gloria.
En Alta Córdoba el tren dejó de pasar con frecuencia hace rato. Pero la mística de uno de los barrios más entrañables de la ciudad sobrevive en los detalles: el murmullo de la cancha vacía en un fresco como el de hoy, el olor a pan calentito recién horneado en Lavalleja, o el eco de una historia como la de Alejandra Oliveras. Una mujer que se subió a la vida como si fuera un ring y que, aunque nació lejos, eligió a Instituto como refugio, como bandera, como camiseta.
Le decían “La Locomotora”, y el apodo no fue casual. Su estilo arriba del cuadrilátero era una mezcla de furia, velocidad y coraje. Un vendaval sin pausa. Pero también, como esas locomotoras de otros tiempos que llegaban desde el norte por las vías del Ferrocarril Central Córdoba, traía historias de otras tierras, de otros paisajes, y las dejaba estacionadas a pocas cuadras del Monumental.
Alejandra se hizo del barrio, como se hacen los hinchas de verdad: con el tiempo, con las ganas y con la piel. No necesitó nacer en Alta Córdoba para amar a Instituto. Le alcanzó con vivir al frente de la cancha, con cruzar la calle y ver cómo cada “finde” se armaba una procesión de camisetas blancas y rojas, de bombos y cantos que le recordaban que no estaba sola.
“De Instituto, de la Gloria”, dijo una vez, con una sonrisa que no necesitaba edición. En ese instante, fue una más de ustedes. Una gloriosa más.
La locomotora Oliveras. QEPD😔 pic.twitter.com/DYwMWcuG7D
— Fran (@FranO1918) July 28, 2025
La homenajearon en 2008, cuando todavía las luces del Monumental iluminaban sueños de ascenso. Le dieron una camiseta, esa “7” marca Athix que por entonces usaba el gringo Jerónimo Morales Neumann. Ella la agarró como si fuera un cinturón del mundo. Porque para una campeona como ella, que se subió a lo más alto desde lo más bajo, no había trofeo más grande que el cariño de su gente.
Alejandra falleció este lunes a los 47 años. El corazón, que tanto había aguantado piñas y vida, dijo basta. La noticia cayó como un gancho inesperado, de esos que duelen más por lo que no se ve que por el golpe en sí.
Hoy, cuando uno camina por Alta Córdoba, puede asegurar que en alguna baldosa se siente su paso firme. Como si todavía anduviera trotando por los bordes de la cancha, como si el silbido del viento trajera su voz diciendo que sí, que ella era de Instituto como todos “los pibes de su barrio”.
Y que aunque el tren no pase más, siempre habrá una Locomotora en el corazón de La Gloria.
En Alta Córdoba el tren dejó de pasar con frecuencia hace rato. Pero la mística de uno de los barrios más entrañables de la ciudad sobrevive en los detalles: el murmullo de la cancha vacía en un fresco como el de hoy, el olor a pan calentito recién horneado en Lavalleja, o el eco de una historia como la de Alejandra Oliveras. Una mujer que se subió a la vida como si fuera un ring y que, aunque nació lejos, eligió a Instituto como refugio, como bandera, como camiseta.Le decían “La Locomotora”, y el apodo no fue casual. Su estilo arriba del cuadrilátero era una mezcla de furia, velocidad y coraje. Un vendaval sin pausa. Pero también, como esas locomotoras de otros tiempos que llegaban desde el norte por las vías del Ferrocarril Central Córdoba, traía historias de otras tierras, de otros paisajes, y las dejaba estacionadas a pocas cuadras del Monumental.Alejandra se hizo del barrio, como se hacen los hinchas de verdad: con el tiempo, con las ganas y con la piel. No necesitó nacer en Alta Córdoba para amar a Instituto. Le alcanzó con vivir al frente de la cancha, con cruzar la calle y ver cómo cada “finde” se armaba una procesión de camisetas blancas y rojas, de bombos y cantos que le recordaban que no estaba sola.“De Instituto, de la Gloria”, dijo una vez, con una sonrisa que no necesitaba edición. En ese instante, fue una más de ustedes. Una gloriosa más.La locomotora Oliveras. QEPD😔 pic.twitter.com/DYwMWcuG7D— Fran (@FranO1918) July 28, 2025La homenajearon en 2008, cuando todavía las luces del Monumental iluminaban sueños de ascenso. Le dieron una camiseta, esa “7” marca Athix que por entonces usaba el gringo Jerónimo Morales Neumann. Ella la agarró como si fuera un cinturón del mundo. Porque para una campeona como ella, que se subió a lo más alto desde lo más bajo, no había trofeo más grande que el cariño de su gente.Alejandra falleció este lunes a los 47 años. El corazón, que tanto había aguantado piñas y vida, dijo basta. La noticia cayó como un gancho inesperado, de esos que duelen más por lo que no se ve que por el golpe en sí.Hoy, cuando uno camina por Alta Córdoba, puede asegurar que en alguna baldosa se siente su paso firme. Como si todavía anduviera trotando por los bordes de la cancha, como si el silbido del viento trajera su voz diciendo que sí, que ella era de Instituto como todos “los pibes de su barrio”.Y que aunque el tren no pase más, siempre habrá una Locomotora en el corazón de La Gloria. La Voz