Diego Junqueira nació en Tandil hace 44 años; tenísticamente se formó, como Juan Martín del Potro, Juan Mónaco y Mariano Zabaleta, entre otros, en el club Independiente. Incluso, fue parte de la escuela de Raúl Pérez Roldán. De la generación de la Legión, el grupo de jugadores nacidos entre 1975 y 1982 que desde 2000 se destacó en la súper elite, no tuvo el mismo éxito ni lanzó tantos fuegos artificiales, pero sí construyó una carrera profesional de trece años mucho más que respetable. Fue uno de los mejores 70 jugadores del mundo en 2009 (68°), se dio el gusto de jugar los main draws de los cuatro Grand Slams y obtuvo seis títulos Challengers en singles (y cinco en Futures).
Chucky, como lo apodaron, se retiró como jugador en agosto de 2013. “No aguantaba más. Estaba en perfecto estado físico, jugando bien y con experiencia, pero no quería más…”, sentencia ante LA NACION. Y profundiza: “Por la adrenalina o porque tenés que seguir laburando, una vez que baja la espuma tenés que ver rápido qué vas a hacer, cómo enfocás tu carrera y tu vida. El día después del retiro es muy difícil. El tenis, más que un deporte, es un modo de vida. Vivir arriba de un avión y estar diez meses al año afuera del país no es fácil. Lo hacés con ilusión, sí, no me quejo… pero pasan casi quince años haciendo lo mismo y no es fácil. Encima, cumplo años el 28 de diciembre y me pasó muchas veces de tener que salir para Australia el 27 y llegar el 29, habiendo pasado todo el día en un avión, sin festejo ni nada parecido”.
De perfil bajo, a los tres meses de colgar la raqueta comenzó una nueva tarea, como coach de Pico Mónaco. También fue uno de los entrenadores de Federico Delbonis cuando la Argentina ganó la Copa Davis en 2016 (el coach principal del azuleño era Gustavo Tavernini). Estuvo algunos meses con Nicolás Álvarez (Perú) y Federico Coria. Y, desde diciembre de 2020, conduce al peruano Juan Pablo Varillas (60° en 2023). “Me encanta lo que hago. Como entrenador podés ver las cosas con más detalle, con la experiencia de haberlo vivido desde adentro. Lo más lindo es poder ayudar al jugador en un momento del partido en que lo necesita”, apunta Junqueira y bebe un sorbo de café en el bar del Buenos Aires Lawn Tennis, el club que le abre las puertas para entrenar con Varillas.
Daniel, el papá de Junqueira, siempre administró un hotel familiar, en el centro de la ciudad serrana. Y María Julia, la mamá, hizo la carrera de Computador Científico, rubro informático en el que trabajó y dio clases. Ambos jugaban al tenis en forma recreativa. Pero Diego empezó a practicarlo por impulso propio. “Un día, saliendo del jardín de infantes con un amigo, Felipe Mendiguren, su mamá le dice: ‘Dale, apurate que vamos a tenis’. ‘Uy, yo también quiero ir’, le dije a mi mamá y ella pensó que me iba a olvidar, pero no. Insistí, insistí, hasta que empecé a ir y nunca dejé”, rememora. Hasta los “13 o 14 años” también jugó al rugby, de medio scrum o apertura, “porque era bajito”, en el club Los 50. “Era algo totalmente antagónico. Por un lado, tenía el rugby, un deporte de contacto, grupal, que dolía, donde tenías amigos; por el otro, el tenis, sin contacto, solo, sin tantos amigos”. Fue a varios colegios y pudo terminar en forma presencial, “en el turno noche”, cambio que hizo para poder entrenarse durante el día.
De chico no se sentía un súper virtuoso con la raqueta, pero tenía disciplina y compromiso. “No faltaba a un entrenamiento”, asegura. No compitió demasiado en infantiles; recién a los doce años empezó a jugar regionales y, a los catorce, los provinciales. El clic lo hizo tras realizar una pretemporada en el club Náutico de Mar del Plata, donde se había trasladado Pérez Roldán. “Hice un trabajo más en serio, para saber qué era. Le di una vueltita de tuerca y salí distinto. Fue el puntapié”, dice Junqueira, que no tuvo la necesidad de buscar apoyo económico privado, siempre algo tan demandante para los tenistas que intentan dar el salto. “Es dura cada etapa; demanda mucha plata. Gracias a mi familia pude jugar; desde mis abuelos hasta mis papás. Tengo tres hermanos, entonces no era todo para mí. Quizás el contexto ayudó. Era el ‘uno a uno’ [la Ley de Convertibilidad] y para ir a jugar al exterior no era tan difícil como ahora”, añade.
Junqueira tiene muy presente su primer viaje a Europa, en 2000. “Fui sin entrenador, con un grupo de chicos de Tandil y Mar del Plata. Fuimos a jugar unos Satélites a Roma. Caímos ahí, no teníamos teléfono celular, no había Google Maps, llegamos sin información… Ese torneo lo ganó el ruso Davydenko [Nikolay; N° 1 en 2006]. Teníamos miedo. Llegamos y no sabíamos para dónde salir, era resolver todo, preguntar cómo se tomaba un colectivo, dónde quedaba el club, dónde íbamos a parar. Tampoco podíamos tomar un taxi; íbamos con todas las valijas en el micro. Comíamos sándwiches o pizza, tomando agua de la canilla. Teníamos habitaciones dobles compartidas entre tres; el que no jugaba al otro día, dormía en el piso con un almohadón”, ilustra Junqueira, miembro de una suerte de “club de trabajadores” del circuito. Nunca le sobró nada. Durante su carrera, generalmente, se encordó sus propias raquetas para ahorrarse el dinero del servicio de encordadores de los torneos.
En 2020, en LA NACION, Guillermo Pérez Roldán realizó -por primera vez- una confesión impactante al revelar que su papá y entrenador, Raúl, lo sometió a violencia física, psicológica y económica. ¿Qué experiencia tuvo Junqueira con Pérez Roldán padre? “Era un tipo duro en el entrenamiento, tirando al servicio militar. Conmigo siempre se portó bien; era muy exigente pero nunca se propasó -expresa-. Sí pasaba, por ejemplo, que llegabas un minuto tarde al entrenamiento y te hacía la ‘pelota rusa’: se formaban las personas de la academia, unas veinte, con dos pelotas cada una y vos tenías que correr el ancho de dos canchas mientras te tiraban pelotazos. Pero Raúl nunca fue violento conmigo; no me pegó, estuvo lejos de eso”. Y aclara: “Pasa que yo, a diferencia de otros, como Zabaleta o Machi [González], no tenía un vínculo económico; ellos sí tenían un sistema de sponsoreo con Raúl, en el que no entré. Como entrenador me sirvió; sabía mucho. A todos nos marcó la disciplina que inculcó. Yo era muy chico en ese momento, no me daba cuenta de algunas cosas. Sí lo he visto que le tiraba pelotazos a Guillermo cuando erraba una pelota o le decía una puteada. Por ahí lo he visto más cuando lo entrenaba a Machi, que estaba en ese sistema [de sponsoreo] y era mucho más duro con él que conmigo. Sí era picante con la palabra; sí. Cuando Guillermo contó lo que contó… me impactó. Y las cosas que no debe haber contado todavía. Habrá sufrido mucho”.
Existe un “tenis rico” y otro mucho más modesto, sin el brillo ni el prize money del ATP Tour: el de los Challengers y los Futures, la segunda y tercera división del profesionalismo. Junqueira conoció los dos escenarios, pero habitó este último más tiempo. El circuito lo llevó por rincones infrecuentes (y muchas veces desafiantes): “Jugué un Challenger en la isla de Bermuda, un lugar paradisíaco. Pero también jugué en las afueras de Kiev; paré en un hotel rutero, donde salía agua marrón y no te podías bañar. Muchos chicos terminaron hospitalizados y con ronchas porque había pulgas en las camas; dormíamos vestidos. Enfrente del hotel había monoblocks con huecos de bombazos. Jugué en Cherkasy, también en Ucrania, en medio de un bosque, durmiendo en cabañas, donde las canchas se inundaban y estaban destruidas. Un año jugué seis semanas en Rumania, en las que me pasó de todo: me corrieron a la noche para robarme; empecé la primera semana con el bolso lleno y en la lavandería todos los días me robaban ropa; volví a Argentina con menos de la mitad”.
En abril de 2011, durante el Challenger de Blumenau (Brasil), a Junqueira y a su entrenador, Waly Grinóvero, los despertó una explosión impresionante en el hotel. “Eran las cinco o seis de la mañana y explotó la caldera. ¡La onda expansiva me levantó medio metro de la cama! Caigo, me levanto y no entendía nada -rememora Junqueira-. Pensé que había pegado un rayo en el hotel, pero miro por la ventana y estaba estrellado. Miro para abajo y la casa de al lado estaba sin techo; escombros por todos lados. Empezamos a escuchar voces, salimos al pasillo y al poco tiempo aparecieron los bomberos. Había pedazos de pared por todos lados. No funcionaban los ascensores, se cortó la luz y nos evacuaron por posible derrumbe. En el lobby había agua hasta la cintura. Nos hicieron ir a media cuadra a esperar. Nos empezamos a dar cuenta qué había pasado. Si hubiera sido al mediodía, mataba a cien personas, porque era en pleno centro. Era lunes, ese día no jugaba, pero sí muchos otros, como Chucho Acasuso. A las tres horas entramos a agarrar las cosas y nos fuimos”.
Ese mismo año, en agosto, el paso del huracán Irene por Nueva York encontró a Junqueira en la ciudad para jugar el US Open (“Estuve dos días encerrado en el departamento, sin luz ni teléfono, jugando a los dardos, con velas”, recordó).
Claro que ningún tormento fue comparable como el que atravesó en noviembre de 2010, durante el Challenger de Guayaquil, mientras regresaba al hotel con Martín Vassallo Argüello, Facundo Bagnis y el entrenador de éste, el ya fallecido Gabriel Mena. “Nos interceptaron el taxi cuando volvíamos de cenar. Dos tipos con armas se subieron en el auto, uno adelante y otro atrás. Nos apuntaban, nos apoyaban la pistola; encima, agarrábamos pozos y se les escapaba un tiro. Pensé que nos iban a robar y chau, pero no…”, introduce Junqueira.
Y sigue el relato: “Empezamos a bajar en los cajeros, pero no podíamos sacar plata. Yo tenía una extensión de mi viejo, no tenía el pin y pensaba: ‘Me van a matar porque no les doy el pin’. Yo tenía el teléfono y 50 dólares; no más. Íbamos siete en el auto, no nos dejaban levantar la cabeza y, en un momento, cerca del aeropuerto, se nos pone un patrullero a unos metros… Pudo haber sido una balacera, pero los policías no se dieron cuenta. Gaby Mena tenía plata de los sponsors y les daba de a poco. A mí me tiran de la cadenita, levanto la cabeza y el de adelante me pega una piña, me cierra el ojo. Nos dejan en un descampado, a una hora de Guayaquil, sólo con la luz de la luna. Nos hicieron correr en el campo, cargaron las armas, nos gritaban ‘hijos de puta’ y pensamos que nos iban a tirar, pero escuchamos las puertas de los autos y se fueron”.
Pero el drama no terminó ahí: “A lo lejos vemos luces, caminamos, no sabíamos dónde estábamos. Había dos chicas con los hijos, pedimos auxilio, se metieron en la casa, pero vieron que no éramos de ahí y nos acompañaron hasta una zona más céntrica. ‘No vayan solos, no los conoce nadie y es peligroso’, nos dijeron. Vamos caminando, pasamos por un bar de mala muerte y aparece un pibe que era expareja de una de las chicas que nos acompañaba y nos empezó a insultar, nos quería pelear, pero los amigos lo calmaron. ¡Interminable! De la nada apareció un taxi, le explicamos, nos llevó al hotel, le pedí plata al conserje y le pagamos. Fue un viernes a la noche, previo al torneo, no pude entrenar ni sábado ni domingo, no podía ver, le erraba a la pelota, el lunes pude jugar un poquito. Bagnis y Vassallo sí jugaron al otro día. Pedí jugar el martes, me hicieron la gamba y terminé llegando a la final, perdí en el tercer set [con Paul Capdeville, de Chile]. Después de eso no tenía susto a nada”. O a casi nada…
Los aviones eran (son) un trauma para Junqueira: “Uno de los primeros viajes de mi carrera fue a La Paz, Bolivia. No le tenía miedo a los aviones, pero nos metimos en una tormenta eléctrica. Estaba con otro chico que jugaba, Lionel Noviski. Nos íbamos para abajo, para arriba, me acalambré entero, los gemelos se me pusieron duros, no podía soltarme de los apoyabrazos, empapado de sudor, tuve ataque de pánico y nunca más pude relajarme en los aviones. Tomaba pastillas para dormir en los vuelos largos; sigo haciéndolo”.
-¿Una de tus conquistas fue haber jugado los cuatro Grand Slams?
-Sí, me pone orgulloso. Tenía muchas metas por cumplir, pero no sabía bien hasta dónde iba a llegar por mis limitaciones tenísticas y todo lo demás. Jugar ahí es como decir: ‘Llegué’. Superé mi propia barrera. Tenía mucha dedicación, pero no era fácil. Esa superación mental fue el mayor premio que tuve.
-No jugaste oficialmente contra Federer, Nadal y Djokovic, pero sí tuviste relación fuera del court.
-Nunca jugué, pero no lo tomo como una cuenta pendiente. Con Rafa entrené y compartí algunas comidas, más que nada por Pico, que era amigo. Con Roger me entrené, sí. Roger se acuerda de todo. Seis o siete meses después de entrenar juntos se acordaba de los torneos que yo había jugado, de lo que le había dicho, me preguntaba cómo me había ido en tal o cual lugar. En la intimidad siempre fue relajado, piola, hablaba con todos; de hecho, en los entrenamientos venía y se me sentaba al lado, cosa que no me esperaba. Con Nole no tuve relación.
-Si bien perdiste, ¿los partidos de 2009 contra Richard Gasquet en Australia, Lleyton Hewitt en Houston y Andy Roddick en Miami fueron los más emocionantes de tu carrera?
-Sí. El de Roddick lo tengo muy presente. Fue un viernes a las 9 de la noche. Era impresionante el show. Gané la primera ronda [a Yuki Bhambri] y estaba asustado. Andy era uno de los mejores del mundo [6°], la expectativa era enorme, el show… típico de Estados Unidos. Me tuvieron diez minutos en el codo de la cancha central, con Roddick, apagaron todo y te seguía una luz. Nooo… era demasiado para mí; entré con un miedo, no quería ni mirar para arriba, con la música de Guns N’ Roses a todo volumen. Encima, antes de entrar, Roddick me dice: ‘Hola, Diego, ¿cómo estás?’. Me ganó la simpatía, me tocaba el hombro, buena onda. Ahora ves a los jugadores y están metidos con los auriculares. Me sentí bien en el partido, me ganó fácil [6-1 y 6-1], pero peloteamos muchísimo. Yo venía de jugar la semana anterior en Indian Wells contra Taylor Dent, que me había hecho un montón de aces, y pensaba que Roddick me iba a meter 50, pero había mucha humedad y estaba lento, me paré atrás para devolver y me tranquilicé. Me ganó, obviamente. Pero son cosas que guardo, como el partido contra Lleyton en Houston. Yo salía de último preclasificado y él no, porque estaba volviendo de una lesión en la cadera. Todos me decían que en polvo de ladrillo bajaba el nivel, pero fue una de las palizas más grandes que me comí [6-0 y 6-2]. Pero la mayor paliza fue contra (Robin) Soderling en Bastad 2011: 6-0 y 6-1, en 47 minutos. Era impresionante cómo jugaba, lo fuerte que pegaba; ganó ese torneo y no jugó más.
Junqueira jugando el ATP de Bastad 2011
-¿Qué fue lo mejor que tuvo la Legión?
-Creo, primero, que nos hizo malacostumbrar. No creo que se repita en el mundo. En un momento tuvimos a cuatro top ten; una locura. Todo lo comparado con eso, es poco, pero es la excepción a la regla. Dejó fue la vara muy alta, dejó contagio y una popularización del deporte después de Vilas, Batata Clerc y Gabriela (Sabatini). Todos fueron contribuyendo a que explotara. En la mayoría de los casos fueron esfuerzos personales. Demostraron al mundo que se podía con hambre, sacrificio y dolor. Hubo una irrupción en masa y eso sirvió: los convirtió a todos en mejores jugadores. Se demostró que se puede contra las potencias, los grandes presupuestos y las grandes instalaciones, supliéndolo con amor propio y hambre para que las cosas sucedan. Pero es la excepción.
-¿Y qué fue lo peor?
-Los conflictos. Había mucha rivalidad. Es la contracara de tener tantos caudillos, tantos líderes. Todos se merecían su lugar, pero no había lugar para todos. En la Copa Davis han quedado afuera jugadores que en otros países no hubieran quedado al margen. Nalbandian se merecía su lugar de líder y caudillo. Del Potro se merecía su lugar. Coria, en su momento… Coincidieron muchos intereses, personalidades distintas, líderes. Era muy bueno por un lado, pero muy malo por el otro, porque era difícil de congeniar.
-Cuando finalmente se ganó la Copa fue con un solo “caudillo”: Del Potro.
-Creo que naturalmente se fue acomodando, también por la personalidad de los otros, como Fede (Delbonis), Guido (Pella), Yacaré (Leonardo Mayer). No eran personalidades que sobresaltaran; es más, preferían el perfil bajo. Y Juan Martín adoptó el liderazgo natural que tenía. En ese momento no había un contra-liderazgo; todos se alinearon y fluyó para que saliera como salió.
-Eras uno de los entrenadores de Delbonis cuando ganó el quinto punto de la final ante Croacia. ¿Cómo lo viviste?
-Me sorprendió muchísimo la frialdad con la que enfrentó ese partido. Fede tenía momentos en los que le pesaba el partido y momentos en los que no sentía nada. No sabías cómo iba a reaccionar. Tuvimos la suerte de que tres semanas antes de la final de la Davis no tocó (Ivo) Karlovic en primera ronda en el ATP de Tokio. Ganó Karlovic por 7-6, 6-7 y 7-6, pero Fede tuvo match points y sacamos mucha información. En Zagreb fue y anticipó un montón de cosas que podían suceder, le dio tranquilidad. Nunca peligró el score. Quebró de entrada en muchos de los sets. Yo, desde Buenos Aires, dije: ‘Fede va dos sets a cero, en el tercero va a estar jodido porque va a pensar un poquito más’. Había pasado más de una hora de partido y podía empezar el déficit atencional, la ansiedad por querer terminar, pero no pasó, siempre fue arriba. Fue impresionante.
-Conocés a Del Potro de chico, cuando era Palito antes que La Torre de Tandil.
-Sí, desde chiquito. Un talento descomunal desde el vamos. Jugaba a otra cosa. Tenía talento para todo: jugaba muy bien al fútbol. En el club Independiente salía de una clase y se metía en la otra. Lo recuerdo a sus 9 o 10 años, yo ya con puntos ATP: íbamos a pelotear y lo hacía de igual a igual; impresionante. Con el tiempo y su maduración, pasó de ser más jodón a estar más callado. No sé si se fue aislando, pero sí tomó una personalidad más solitaria, se apoyó en su círculo. Cuanto más cracks son los tenistas, más les cuesta abrirse. Por eso me parece raro lo de (Carlos) Alcaraz, que sea tan abierto.
-¿Te apenó el final de su carrera, con tantos obstáculos físicos?
-Sí, sin dudas. Es una pena porque estuvo muchos años parado. Casi que no vi una derecha como la de él. La viví en carne propia: sabía adónde iba la pelota, pero te doblaba la muñeca. Creo que el mejor partido que vi en vivo en mi vida fue la semifinal de la Copa Davis 2016 con Murray en Glasgow [ganó el tandilense por 6-4, 5-7, 6-7 (5-7), 6-3 y 6-4]. Nunca vi un partido así; impresionante. La cantidad de tiempo que jugaron a un nivel altísimo, pegando a 200 km/h sin errar… Y en un momento en el que eran todas incógnitas en su carrera, porque había vuelto tras dos años de operaciones en la muñeca.
-¿Qué radiografía hacés de Sinner y Alcaraz?
-Vinieron a hacer de Nadal y Federer. Creo que puede haber un tercero, como (Jakub) Mensik o (João) Fonseca, pero están más cortados los otros dos. La fotografía de hoy es de dos. Djokovic está más mermado, sin embargo, no lo pueden sacar de los primeros lugares. El tipo sigue llegando a las semifinales de los Grand Slams y si no estuvieran Sinner o Alcaraz, hubiese ganado dos o tres Grand Slams más. No sé cuánto más puede dar Zverev; es un crack de cracks, pero se está haciendo más grande. Sinner y Alcaraz juegan a más velocidad que el Big 3, pero es algo que va avanzando por la naturaleza y la tecnología.
-¿La mente es el “músculo” más importante del tenista?
-Sí, porque es el motor. Vos podés estar preparado física y tenísticamente, pero si después la cabeza no te responde, chau.
Diego Junqueira nació en Tandil hace 44 años; tenísticamente se formó, como Juan Martín del Potro, Juan Mónaco y Mariano Zabaleta, entre otros, en el club Independiente. Incluso, fue parte de la escuela de Raúl Pérez Roldán. De la generación de la Legión, el grupo de jugadores nacidos entre 1975 y 1982 que desde 2000 se destacó en la súper elite, no tuvo el mismo éxito ni lanzó tantos fuegos artificiales, pero sí construyó una carrera profesional de trece años mucho más que respetable. Fue uno de los mejores 70 jugadores del mundo en 2009 (68°), se dio el gusto de jugar los main draws de los cuatro Grand Slams y obtuvo seis títulos Challengers en singles (y cinco en Futures).
Chucky, como lo apodaron, se retiró como jugador en agosto de 2013. “No aguantaba más. Estaba en perfecto estado físico, jugando bien y con experiencia, pero no quería más…”, sentencia ante LA NACION. Y profundiza: “Por la adrenalina o porque tenés que seguir laburando, una vez que baja la espuma tenés que ver rápido qué vas a hacer, cómo enfocás tu carrera y tu vida. El día después del retiro es muy difícil. El tenis, más que un deporte, es un modo de vida. Vivir arriba de un avión y estar diez meses al año afuera del país no es fácil. Lo hacés con ilusión, sí, no me quejo… pero pasan casi quince años haciendo lo mismo y no es fácil. Encima, cumplo años el 28 de diciembre y me pasó muchas veces de tener que salir para Australia el 27 y llegar el 29, habiendo pasado todo el día en un avión, sin festejo ni nada parecido”.
De perfil bajo, a los tres meses de colgar la raqueta comenzó una nueva tarea, como coach de Pico Mónaco. También fue uno de los entrenadores de Federico Delbonis cuando la Argentina ganó la Copa Davis en 2016 (el coach principal del azuleño era Gustavo Tavernini). Estuvo algunos meses con Nicolás Álvarez (Perú) y Federico Coria. Y, desde diciembre de 2020, conduce al peruano Juan Pablo Varillas (60° en 2023). “Me encanta lo que hago. Como entrenador podés ver las cosas con más detalle, con la experiencia de haberlo vivido desde adentro. Lo más lindo es poder ayudar al jugador en un momento del partido en que lo necesita”, apunta Junqueira y bebe un sorbo de café en el bar del Buenos Aires Lawn Tennis, el club que le abre las puertas para entrenar con Varillas.
Daniel, el papá de Junqueira, siempre administró un hotel familiar, en el centro de la ciudad serrana. Y María Julia, la mamá, hizo la carrera de Computador Científico, rubro informático en el que trabajó y dio clases. Ambos jugaban al tenis en forma recreativa. Pero Diego empezó a practicarlo por impulso propio. “Un día, saliendo del jardín de infantes con un amigo, Felipe Mendiguren, su mamá le dice: ‘Dale, apurate que vamos a tenis’. ‘Uy, yo también quiero ir’, le dije a mi mamá y ella pensó que me iba a olvidar, pero no. Insistí, insistí, hasta que empecé a ir y nunca dejé”, rememora. Hasta los “13 o 14 años” también jugó al rugby, de medio scrum o apertura, “porque era bajito”, en el club Los 50. “Era algo totalmente antagónico. Por un lado, tenía el rugby, un deporte de contacto, grupal, que dolía, donde tenías amigos; por el otro, el tenis, sin contacto, solo, sin tantos amigos”. Fue a varios colegios y pudo terminar en forma presencial, “en el turno noche”, cambio que hizo para poder entrenarse durante el día.
De chico no se sentía un súper virtuoso con la raqueta, pero tenía disciplina y compromiso. “No faltaba a un entrenamiento”, asegura. No compitió demasiado en infantiles; recién a los doce años empezó a jugar regionales y, a los catorce, los provinciales. El clic lo hizo tras realizar una pretemporada en el club Náutico de Mar del Plata, donde se había trasladado Pérez Roldán. “Hice un trabajo más en serio, para saber qué era. Le di una vueltita de tuerca y salí distinto. Fue el puntapié”, dice Junqueira, que no tuvo la necesidad de buscar apoyo económico privado, siempre algo tan demandante para los tenistas que intentan dar el salto. “Es dura cada etapa; demanda mucha plata. Gracias a mi familia pude jugar; desde mis abuelos hasta mis papás. Tengo tres hermanos, entonces no era todo para mí. Quizás el contexto ayudó. Era el ‘uno a uno’ [la Ley de Convertibilidad] y para ir a jugar al exterior no era tan difícil como ahora”, añade.
Junqueira tiene muy presente su primer viaje a Europa, en 2000. “Fui sin entrenador, con un grupo de chicos de Tandil y Mar del Plata. Fuimos a jugar unos Satélites a Roma. Caímos ahí, no teníamos teléfono celular, no había Google Maps, llegamos sin información… Ese torneo lo ganó el ruso Davydenko [Nikolay; N° 1 en 2006]. Teníamos miedo. Llegamos y no sabíamos para dónde salir, era resolver todo, preguntar cómo se tomaba un colectivo, dónde quedaba el club, dónde íbamos a parar. Tampoco podíamos tomar un taxi; íbamos con todas las valijas en el micro. Comíamos sándwiches o pizza, tomando agua de la canilla. Teníamos habitaciones dobles compartidas entre tres; el que no jugaba al otro día, dormía en el piso con un almohadón”, ilustra Junqueira, miembro de una suerte de “club de trabajadores” del circuito. Nunca le sobró nada. Durante su carrera, generalmente, se encordó sus propias raquetas para ahorrarse el dinero del servicio de encordadores de los torneos.
En 2020, en LA NACION, Guillermo Pérez Roldán realizó -por primera vez- una confesión impactante al revelar que su papá y entrenador, Raúl, lo sometió a violencia física, psicológica y económica. ¿Qué experiencia tuvo Junqueira con Pérez Roldán padre? “Era un tipo duro en el entrenamiento, tirando al servicio militar. Conmigo siempre se portó bien; era muy exigente pero nunca se propasó -expresa-. Sí pasaba, por ejemplo, que llegabas un minuto tarde al entrenamiento y te hacía la ‘pelota rusa’: se formaban las personas de la academia, unas veinte, con dos pelotas cada una y vos tenías que correr el ancho de dos canchas mientras te tiraban pelotazos. Pero Raúl nunca fue violento conmigo; no me pegó, estuvo lejos de eso”. Y aclara: “Pasa que yo, a diferencia de otros, como Zabaleta o Machi [González], no tenía un vínculo económico; ellos sí tenían un sistema de sponsoreo con Raúl, en el que no entré. Como entrenador me sirvió; sabía mucho. A todos nos marcó la disciplina que inculcó. Yo era muy chico en ese momento, no me daba cuenta de algunas cosas. Sí lo he visto que le tiraba pelotazos a Guillermo cuando erraba una pelota o le decía una puteada. Por ahí lo he visto más cuando lo entrenaba a Machi, que estaba en ese sistema [de sponsoreo] y era mucho más duro con él que conmigo. Sí era picante con la palabra; sí. Cuando Guillermo contó lo que contó… me impactó. Y las cosas que no debe haber contado todavía. Habrá sufrido mucho”.
Existe un “tenis rico” y otro mucho más modesto, sin el brillo ni el prize money del ATP Tour: el de los Challengers y los Futures, la segunda y tercera división del profesionalismo. Junqueira conoció los dos escenarios, pero habitó este último más tiempo. El circuito lo llevó por rincones infrecuentes (y muchas veces desafiantes): “Jugué un Challenger en la isla de Bermuda, un lugar paradisíaco. Pero también jugué en las afueras de Kiev; paré en un hotel rutero, donde salía agua marrón y no te podías bañar. Muchos chicos terminaron hospitalizados y con ronchas porque había pulgas en las camas; dormíamos vestidos. Enfrente del hotel había monoblocks con huecos de bombazos. Jugué en Cherkasy, también en Ucrania, en medio de un bosque, durmiendo en cabañas, donde las canchas se inundaban y estaban destruidas. Un año jugué seis semanas en Rumania, en las que me pasó de todo: me corrieron a la noche para robarme; empecé la primera semana con el bolso lleno y en la lavandería todos los días me robaban ropa; volví a Argentina con menos de la mitad”.
En abril de 2011, durante el Challenger de Blumenau (Brasil), a Junqueira y a su entrenador, Waly Grinóvero, los despertó una explosión impresionante en el hotel. “Eran las cinco o seis de la mañana y explotó la caldera. ¡La onda expansiva me levantó medio metro de la cama! Caigo, me levanto y no entendía nada -rememora Junqueira-. Pensé que había pegado un rayo en el hotel, pero miro por la ventana y estaba estrellado. Miro para abajo y la casa de al lado estaba sin techo; escombros por todos lados. Empezamos a escuchar voces, salimos al pasillo y al poco tiempo aparecieron los bomberos. Había pedazos de pared por todos lados. No funcionaban los ascensores, se cortó la luz y nos evacuaron por posible derrumbe. En el lobby había agua hasta la cintura. Nos hicieron ir a media cuadra a esperar. Nos empezamos a dar cuenta qué había pasado. Si hubiera sido al mediodía, mataba a cien personas, porque era en pleno centro. Era lunes, ese día no jugaba, pero sí muchos otros, como Chucho Acasuso. A las tres horas entramos a agarrar las cosas y nos fuimos”.
Ese mismo año, en agosto, el paso del huracán Irene por Nueva York encontró a Junqueira en la ciudad para jugar el US Open (“Estuve dos días encerrado en el departamento, sin luz ni teléfono, jugando a los dardos, con velas”, recordó).
Claro que ningún tormento fue comparable como el que atravesó en noviembre de 2010, durante el Challenger de Guayaquil, mientras regresaba al hotel con Martín Vassallo Argüello, Facundo Bagnis y el entrenador de éste, el ya fallecido Gabriel Mena. “Nos interceptaron el taxi cuando volvíamos de cenar. Dos tipos con armas se subieron en el auto, uno adelante y otro atrás. Nos apuntaban, nos apoyaban la pistola; encima, agarrábamos pozos y se les escapaba un tiro. Pensé que nos iban a robar y chau, pero no…”, introduce Junqueira.
Y sigue el relato: “Empezamos a bajar en los cajeros, pero no podíamos sacar plata. Yo tenía una extensión de mi viejo, no tenía el pin y pensaba: ‘Me van a matar porque no les doy el pin’. Yo tenía el teléfono y 50 dólares; no más. Íbamos siete en el auto, no nos dejaban levantar la cabeza y, en un momento, cerca del aeropuerto, se nos pone un patrullero a unos metros… Pudo haber sido una balacera, pero los policías no se dieron cuenta. Gaby Mena tenía plata de los sponsors y les daba de a poco. A mí me tiran de la cadenita, levanto la cabeza y el de adelante me pega una piña, me cierra el ojo. Nos dejan en un descampado, a una hora de Guayaquil, sólo con la luz de la luna. Nos hicieron correr en el campo, cargaron las armas, nos gritaban ‘hijos de puta’ y pensamos que nos iban a tirar, pero escuchamos las puertas de los autos y se fueron”.
Pero el drama no terminó ahí: “A lo lejos vemos luces, caminamos, no sabíamos dónde estábamos. Había dos chicas con los hijos, pedimos auxilio, se metieron en la casa, pero vieron que no éramos de ahí y nos acompañaron hasta una zona más céntrica. ‘No vayan solos, no los conoce nadie y es peligroso’, nos dijeron. Vamos caminando, pasamos por un bar de mala muerte y aparece un pibe que era expareja de una de las chicas que nos acompañaba y nos empezó a insultar, nos quería pelear, pero los amigos lo calmaron. ¡Interminable! De la nada apareció un taxi, le explicamos, nos llevó al hotel, le pedí plata al conserje y le pagamos. Fue un viernes a la noche, previo al torneo, no pude entrenar ni sábado ni domingo, no podía ver, le erraba a la pelota, el lunes pude jugar un poquito. Bagnis y Vassallo sí jugaron al otro día. Pedí jugar el martes, me hicieron la gamba y terminé llegando a la final, perdí en el tercer set [con Paul Capdeville, de Chile]. Después de eso no tenía susto a nada”. O a casi nada…
Los aviones eran (son) un trauma para Junqueira: “Uno de los primeros viajes de mi carrera fue a La Paz, Bolivia. No le tenía miedo a los aviones, pero nos metimos en una tormenta eléctrica. Estaba con otro chico que jugaba, Lionel Noviski. Nos íbamos para abajo, para arriba, me acalambré entero, los gemelos se me pusieron duros, no podía soltarme de los apoyabrazos, empapado de sudor, tuve ataque de pánico y nunca más pude relajarme en los aviones. Tomaba pastillas para dormir en los vuelos largos; sigo haciéndolo”.
-¿Una de tus conquistas fue haber jugado los cuatro Grand Slams?
-Sí, me pone orgulloso. Tenía muchas metas por cumplir, pero no sabía bien hasta dónde iba a llegar por mis limitaciones tenísticas y todo lo demás. Jugar ahí es como decir: ‘Llegué’. Superé mi propia barrera. Tenía mucha dedicación, pero no era fácil. Esa superación mental fue el mayor premio que tuve.
-No jugaste oficialmente contra Federer, Nadal y Djokovic, pero sí tuviste relación fuera del court.
-Nunca jugué, pero no lo tomo como una cuenta pendiente. Con Rafa entrené y compartí algunas comidas, más que nada por Pico, que era amigo. Con Roger me entrené, sí. Roger se acuerda de todo. Seis o siete meses después de entrenar juntos se acordaba de los torneos que yo había jugado, de lo que le había dicho, me preguntaba cómo me había ido en tal o cual lugar. En la intimidad siempre fue relajado, piola, hablaba con todos; de hecho, en los entrenamientos venía y se me sentaba al lado, cosa que no me esperaba. Con Nole no tuve relación.
-Si bien perdiste, ¿los partidos de 2009 contra Richard Gasquet en Australia, Lleyton Hewitt en Houston y Andy Roddick en Miami fueron los más emocionantes de tu carrera?
-Sí. El de Roddick lo tengo muy presente. Fue un viernes a las 9 de la noche. Era impresionante el show. Gané la primera ronda [a Yuki Bhambri] y estaba asustado. Andy era uno de los mejores del mundo [6°], la expectativa era enorme, el show… típico de Estados Unidos. Me tuvieron diez minutos en el codo de la cancha central, con Roddick, apagaron todo y te seguía una luz. Nooo… era demasiado para mí; entré con un miedo, no quería ni mirar para arriba, con la música de Guns N’ Roses a todo volumen. Encima, antes de entrar, Roddick me dice: ‘Hola, Diego, ¿cómo estás?’. Me ganó la simpatía, me tocaba el hombro, buena onda. Ahora ves a los jugadores y están metidos con los auriculares. Me sentí bien en el partido, me ganó fácil [6-1 y 6-1], pero peloteamos muchísimo. Yo venía de jugar la semana anterior en Indian Wells contra Taylor Dent, que me había hecho un montón de aces, y pensaba que Roddick me iba a meter 50, pero había mucha humedad y estaba lento, me paré atrás para devolver y me tranquilicé. Me ganó, obviamente. Pero son cosas que guardo, como el partido contra Lleyton en Houston. Yo salía de último preclasificado y él no, porque estaba volviendo de una lesión en la cadera. Todos me decían que en polvo de ladrillo bajaba el nivel, pero fue una de las palizas más grandes que me comí [6-0 y 6-2]. Pero la mayor paliza fue contra (Robin) Soderling en Bastad 2011: 6-0 y 6-1, en 47 minutos. Era impresionante cómo jugaba, lo fuerte que pegaba; ganó ese torneo y no jugó más.
Junqueira jugando el ATP de Bastad 2011
-¿Qué fue lo mejor que tuvo la Legión?
-Creo, primero, que nos hizo malacostumbrar. No creo que se repita en el mundo. En un momento tuvimos a cuatro top ten; una locura. Todo lo comparado con eso, es poco, pero es la excepción a la regla. Dejó fue la vara muy alta, dejó contagio y una popularización del deporte después de Vilas, Batata Clerc y Gabriela (Sabatini). Todos fueron contribuyendo a que explotara. En la mayoría de los casos fueron esfuerzos personales. Demostraron al mundo que se podía con hambre, sacrificio y dolor. Hubo una irrupción en masa y eso sirvió: los convirtió a todos en mejores jugadores. Se demostró que se puede contra las potencias, los grandes presupuestos y las grandes instalaciones, supliéndolo con amor propio y hambre para que las cosas sucedan. Pero es la excepción.
-¿Y qué fue lo peor?
-Los conflictos. Había mucha rivalidad. Es la contracara de tener tantos caudillos, tantos líderes. Todos se merecían su lugar, pero no había lugar para todos. En la Copa Davis han quedado afuera jugadores que en otros países no hubieran quedado al margen. Nalbandian se merecía su lugar de líder y caudillo. Del Potro se merecía su lugar. Coria, en su momento… Coincidieron muchos intereses, personalidades distintas, líderes. Era muy bueno por un lado, pero muy malo por el otro, porque era difícil de congeniar.
-Cuando finalmente se ganó la Copa fue con un solo “caudillo”: Del Potro.
-Creo que naturalmente se fue acomodando, también por la personalidad de los otros, como Fede (Delbonis), Guido (Pella), Yacaré (Leonardo Mayer). No eran personalidades que sobresaltaran; es más, preferían el perfil bajo. Y Juan Martín adoptó el liderazgo natural que tenía. En ese momento no había un contra-liderazgo; todos se alinearon y fluyó para que saliera como salió.
-Eras uno de los entrenadores de Delbonis cuando ganó el quinto punto de la final ante Croacia. ¿Cómo lo viviste?
-Me sorprendió muchísimo la frialdad con la que enfrentó ese partido. Fede tenía momentos en los que le pesaba el partido y momentos en los que no sentía nada. No sabías cómo iba a reaccionar. Tuvimos la suerte de que tres semanas antes de la final de la Davis no tocó (Ivo) Karlovic en primera ronda en el ATP de Tokio. Ganó Karlovic por 7-6, 6-7 y 7-6, pero Fede tuvo match points y sacamos mucha información. En Zagreb fue y anticipó un montón de cosas que podían suceder, le dio tranquilidad. Nunca peligró el score. Quebró de entrada en muchos de los sets. Yo, desde Buenos Aires, dije: ‘Fede va dos sets a cero, en el tercero va a estar jodido porque va a pensar un poquito más’. Había pasado más de una hora de partido y podía empezar el déficit atencional, la ansiedad por querer terminar, pero no pasó, siempre fue arriba. Fue impresionante.
-Conocés a Del Potro de chico, cuando era Palito antes que La Torre de Tandil.
-Sí, desde chiquito. Un talento descomunal desde el vamos. Jugaba a otra cosa. Tenía talento para todo: jugaba muy bien al fútbol. En el club Independiente salía de una clase y se metía en la otra. Lo recuerdo a sus 9 o 10 años, yo ya con puntos ATP: íbamos a pelotear y lo hacía de igual a igual; impresionante. Con el tiempo y su maduración, pasó de ser más jodón a estar más callado. No sé si se fue aislando, pero sí tomó una personalidad más solitaria, se apoyó en su círculo. Cuanto más cracks son los tenistas, más les cuesta abrirse. Por eso me parece raro lo de (Carlos) Alcaraz, que sea tan abierto.
-¿Te apenó el final de su carrera, con tantos obstáculos físicos?
-Sí, sin dudas. Es una pena porque estuvo muchos años parado. Casi que no vi una derecha como la de él. La viví en carne propia: sabía adónde iba la pelota, pero te doblaba la muñeca. Creo que el mejor partido que vi en vivo en mi vida fue la semifinal de la Copa Davis 2016 con Murray en Glasgow [ganó el tandilense por 6-4, 5-7, 6-7 (5-7), 6-3 y 6-4]. Nunca vi un partido así; impresionante. La cantidad de tiempo que jugaron a un nivel altísimo, pegando a 200 km/h sin errar… Y en un momento en el que eran todas incógnitas en su carrera, porque había vuelto tras dos años de operaciones en la muñeca.
-¿Qué radiografía hacés de Sinner y Alcaraz?
-Vinieron a hacer de Nadal y Federer. Creo que puede haber un tercero, como (Jakub) Mensik o (João) Fonseca, pero están más cortados los otros dos. La fotografía de hoy es de dos. Djokovic está más mermado, sin embargo, no lo pueden sacar de los primeros lugares. El tipo sigue llegando a las semifinales de los Grand Slams y si no estuvieran Sinner o Alcaraz, hubiese ganado dos o tres Grand Slams más. No sé cuánto más puede dar Zverev; es un crack de cracks, pero se está haciendo más grande. Sinner y Alcaraz juegan a más velocidad que el Big 3, pero es algo que va avanzando por la naturaleza y la tecnología.
-¿La mente es el “músculo” más importante del tenista?
-Sí, porque es el motor. Vos podés estar preparado física y tenísticamente, pero si después la cabeza no te responde, chau.
El tandilense de 44 años, 68° del mundo en 2009 y actual entrenador del peruano Varillas, hizo un rico recorrido de su carrera con LA NACION: no le sobró nada, pero cumplió sus sueños LA NACION