Hace exactamente 43 años, el vuelo 90 de Air Florida despegó de Washington, D.C., rumbo a Fort Lauderdale, Florida. El vuelo prometía ser corto, de poco más de dos horas para llegar al cálido sur. Aquel día hacía un frio intenso y la capital de los Estados Unidos estaba cubierta de nieve. Viajaban 69 pasajeros, incluidos tres bebés, y cinco miembros de la tripulación. En cuestión de minutos el viaje se convirtió en una pesadilla y derivaría en uno de los accidentes más impactantes en la historia de la aviación. Sin embargo, en medio del desastre, aparecieron actos de heroísmo que conmocionaron al mundo, captados en tiempo real por las cámaras de televisión.
El vuelo
El 13 de enero de 1982, el Boing 737-222 (N62AF) despegó a las 15.59, casi dos horas después del horario programado debido a las condiciones climáticas. El Aeropuerto Nacional de Washington (hoy Aeropuerto Nacional Ronald Reagan), ubicado a solo cinco kilómetros del centro de la capital norteamericana, representaba un verdadero desafío para los pilotos por su proximidad al río Potomac y su diseño compacto.
El vuelo estaba al mando del capitán Larry Wheaton, de 34 años, con 8300 horas de vuelo encima. Su primer oficial, Roger Pettit, tenía 31 años y 3353 horas de vuelo. Era, en definitiva, una tripulación con gran experiencia.
A bordo del avión viajaban 74 pasajeros, entre ellos Joe Stiley, un ejecutivo que ese día volaba por motivos laborales junto a su secretaria, Patricia “Nikki” Felch. Stiley se convertiría en uno de los pocos sobrevivientes de la tragedia.
Segundos después del despegue, la nariz del avión se inclinó bruscamente hacia arriba. La maniobra, inesperada, encendió las alarmas en la cabina. Los pilotos intentaron estabilizar la nave, pero sucedió algo que intensificó el pánico: la palanca de control empezó a vibrar. Se había activado el stick shaker, un dispositivo crucial que advertía una inminente pérdida aerodinámica. En ese momento, cada segundo se volvía vital, y la amenaza de un desastre parecía inevitable.
Los pilotos, desconcertados por la vibración del stick shaker, rápidamente revisaron los instrumentos. La velocidad del avión parecía normal, pero el sistema insistía en que estaban entrando en una pérdida aerodinámica. ¿Cómo era posible? La confusión y el estrés aumentaban con cada segundo. Intentaron todo para recuperar el control del avión, pero los esfuerzos fueron en vano.
“No vamos a lograrlo, vamos a caer”
Desde su asiento, Stiley presintió lo peor y le dijo a su secretaria: “No vamos a lograrlo, vamos a caer”. Mientras tanto, en la cabina, el copiloto gritó: “¡Larry, nos estamos cayendo!”. El capitán solo pudo responder: “Lo sé”. Segundos después, a las 16:01, el Boeing 737 se estrelló brutalmente contra el Puente 14th Street y, como una pesadilla hecha realidad, se precipitó a las gélidas aguas del río Potomac.
El impacto fue devastador: el avión chocó contra el puente, golpeando siete vehículos y arrancando parte de la barandilla. Cuatro personas que iban en esos autos perdieron la vida y otras cuatro resultaron heridas. Sin embargo, la pesadilla apenas comenzaba.
Tras el impacto, el Boeing 737 se partió en dos antes de hundirse en las gélidas aguas del río Potomac, que estaba cubierto por una gruesa capa de hielo. La escena era dantesca: los restos del fuselaje se hundieron rápidamente en el río congelado y los pasajeros y tripulantes quedaron atrapados entre el metal y el agua letalmente helada.
Aunque los rescatistas llegaron con rapidez, el tiempo jugaba en su contra. También aparecieron las cámaras de televisión que comenzaron a transmitir en vivo y en directo el dramático rescate. Este accidente fue uno de los primeros desastres aéreos ampliamente documentados en tiempo real.
Las imágenes conmocionaron al público. Las cámaras mostraron a seis pasajeros aferrados desesperadamente a los restos del fuselaje, luchando contra el agua helada para salvar sus vidas. Entre ellos estaba Stiley, quien, tras perder el conocimiento por unos instantes y con ambas piernas fracturadas, logró salir a la superficie y agarrarse con fuerza a los escombros flotantes del avión.
Entre las estremecedoras imágenes, aparecieron actos de heroísmo extraordinarios, como el de Arland Williams. Cuando el helicóptero de rescate llegó, Williams rechazó la cuerda salvadora y la entregó repetidamente a los otros sobrevivientes, asegurándose de que fueran rescatados primero. Sin embargo, cuando el helicóptero regresó por él, Williams ya no estaba. Había muerto por hipotermia y agotamiento extremo. Su cuerpo fue recuperado posteriormente, pero su sacrificio no fue olvidado. En su honor el 14th Street Bridge, el puente contra el cual el avión se estrelló, fue renombrado Arland D. Williams Jr. Memorial Bridge.
Ese día el destino también convirtió en héroe a Lenny Skutnik, un empleado de la Oficina de Presupuesto del Congreso de los Estados Unidos que se dirigía a su casa después del trabajo. Al pasar cerca del lugar notó una gran conmoción. El joven se detuvo a observar cómo los equipos de rescate intentaban salvar a los pocos sobrevivientes que se aferraban a los restos del avión. Entre ellos, estaba Priscilla Tirado quien viajaba junto a su marido y su bebe de dos meses. La joven se encontraba muy débil por la hipotermia y no lograba sujetar la cuerda que le lanzaban desde el helicóptero de rescate. Los gritos desesperados de ayuda fueron para él “una sensación espeluznante”, diría luego. Al ver que la vida de la joven pendía de un hilo, Skutnik no lo dudó y se lanzó a las aguas heladas del río. Nadó con determinación entre los fragmentos de hielo hasta alcanzarla. Con esfuerzo la sostuvo y la llevó hasta un lugar seguro, donde los rescatistas finalmente pudieron asistirla.
Su acto de coraje quedó grabado como un símbolo de altruismo en medio de la tragedia y dos semanas después, el presidente Ronald Reagan lo reconoció públicamente como un ejemplo de valentía y humanidad.
Aunque Tirado fue rescatada, su esposo, José, y su bebé no tuvieron la misma suerte. Tras 11 días de angustiante búsqueda, el cuerpo del niño fue el último encontrado.
Hubo otro héroe menos conocido porque no había cámaras en ese momento. Fue el caso de Roger W. Olian quien rescató a Kelly Duncan, la azafata más joven del vuelo que logró sobrevivir al impacto gracias a que siguió las reglas. Cuando el avión despegó, ella se sentó en su puesto asignado, al fondo del avión, como indicaban las normas. Una de sus compañeras debía acompañarla, pero como era amiga cercana de otra auxiliar y estaban conversando decidieron quedarse juntas en la parte delantera del avión. Ninguna de las personas que estaban en la parte delantera logró salvarse.
Olian regresaba a su casa cruzando el puente cuando escuchó a un hombre gritar que había un avión en el agua. Al principio pensó que se trataba de una locura, pero cuando se acercó a la orilla lo que vio lo dejó sin aliento: la cola de un avión sobresalía del helado río Potomac, mientras el resto de la aeronave había desaparecido. “No había herramientas, ni ramas de árboles. La única opción era quedarme en la orilla esperando que algo sucediera… o saltar al agua”, contaría luego. Sin dudarlo, saltó y rescató a la joven que se quebró la muñeca y el tobillo en el accidente. “Ese día en el agua sentí que Dios estaba mirándome. Renací el 13 de enero”, dijo Duncan luego en una entrevista.
En la tragedia del vuelo 90 de Air Florida, además de Stiley, Tirado y la asistente de vuelo Duncan sobrevivieron los pasajeros Patricia “Nikki” Felch y Bert Hamilton. Aquel fatídico día, 78 personas perdieron la vida.
¿Qué sucedió?
Tiempo después de la tragedia, se determinó que las causas del accidentes fueron varias. Se verificó que el avión no había sido correctamente “deshelado” antes del despegue, lo que hizo que hielo y nieve se acumularan en las alas y en los motores. Esto comprometió gravemente la capacidad del avión para generar suficiente sustentación y potencia.
El proceso de deshielo del vuelo 90 se inició alrededor de las 14. En esa época, los procedimientos para deshelar aeronaves no estaban claramente estandarizados: no había precisiones definitivas sobre qué tipo de fluido utilizar, en qué proporciones o cuánta cantidad aplicar. Básicamente, el proceso consistía en retirar la nieve del avión utilizando una mezcla de agua caliente y propilenglicol, tras lo cual el capitán debía decidir si el vuelo podía proceder.
Ese día, mientras un equipo descongelaba un lado del avión, se anunció que el vuelo sería retrasado, lo que llevó a interrumpir el deshielo. El aeropuerto de Washington, con una sola pista operativa, tenía que cerrarla periódicamente para limpiar la nieve, lo que suspendía momentáneamente todos los despegues y aterrizajes.
Cuando finalmente se avisó que la pista estaba lista, se retomó el deshielo. Sin embargo, los empleados que descongelaron el otro lado del avión usaron mezclas con proporciones distintas de agua y glicol. Este error contribuyó a la acumulación de hielo en las superficies críticas del avión antes del despegue.
A la par, los pilotos no encendieron correctamente los sistemas de deshielo interno de los motores, lo que permitió que el hielo se acumulara en los sensores y componentes críticos del motor, afectando su rendimiento.
También hubo una falta de coordinación entre el capitán Wheaton y su copiloto Pettit. Aunque, luego se corroboró de las grabaciones, que Pettit expresó dudas sobre el funcionamiento de los motores y la acumulación de hielo, el capitán ignoró esas preocupaciones y procedió con el despegue. En ese momento, para deshelar el avión, el capitán tuvo una idea: se acercó lo más posible al que circulaba delante, un DC-9, con la esperanza de que el aire caliente de sus motores derritiera la nieve acumulada en su propia aeronave.
La tripulación tampoco reaccionó a tiempo a las señales de que los motores no estaban generando suficiente potencia durante el despegue (el stick shaker, que se había activado justo antes del impacto, aunque para entonces ya era demasiado tarde).
“El hielo y la nieve en las alas y el motor fueron un factor clave en el accidente del vuelo 90 de Air Florida el pasado 13 de enero, pero el piloto podría haber evitado el desastre aplicando el empuje máximo momentos después del despegue, informaron hoy los investigadores”, dijo el New York Times, en agosto de 1982.
Según el informe de la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB) “la causa probable del accidente fue la falta de activación del sistema antihielo de los motores por parte de la tripulación durante las operaciones en tierra y el despegue. Además, la tripulación decidió despegar a pesar de la presencia de nieve y hielo en las superficies aerodinámicas del avión. Otro factor clave fue la omisión del capitán al no abortar el despegue, incluso después de que se le advirtiera sobre lecturas anómalas en los instrumentos del motor durante la etapa inicial del ascenso”.
Hace exactamente 43 años, el vuelo 90 de Air Florida despegó de Washington, D.C., rumbo a Fort Lauderdale, Florida. El vuelo prometía ser corto, de poco más de dos horas para llegar al cálido sur. Aquel día hacía un frio intenso y la capital de los Estados Unidos estaba cubierta de nieve. Viajaban 69 pasajeros, incluidos tres bebés, y cinco miembros de la tripulación. En cuestión de minutos el viaje se convirtió en una pesadilla y derivaría en uno de los accidentes más impactantes en la historia de la aviación. Sin embargo, en medio del desastre, aparecieron actos de heroísmo que conmocionaron al mundo, captados en tiempo real por las cámaras de televisión.
El vuelo
El 13 de enero de 1982, el Boing 737-222 (N62AF) despegó a las 15.59, casi dos horas después del horario programado debido a las condiciones climáticas. El Aeropuerto Nacional de Washington (hoy Aeropuerto Nacional Ronald Reagan), ubicado a solo cinco kilómetros del centro de la capital norteamericana, representaba un verdadero desafío para los pilotos por su proximidad al río Potomac y su diseño compacto.
El vuelo estaba al mando del capitán Larry Wheaton, de 34 años, con 8300 horas de vuelo encima. Su primer oficial, Roger Pettit, tenía 31 años y 3353 horas de vuelo. Era, en definitiva, una tripulación con gran experiencia.
A bordo del avión viajaban 74 pasajeros, entre ellos Joe Stiley, un ejecutivo que ese día volaba por motivos laborales junto a su secretaria, Patricia “Nikki” Felch. Stiley se convertiría en uno de los pocos sobrevivientes de la tragedia.
Segundos después del despegue, la nariz del avión se inclinó bruscamente hacia arriba. La maniobra, inesperada, encendió las alarmas en la cabina. Los pilotos intentaron estabilizar la nave, pero sucedió algo que intensificó el pánico: la palanca de control empezó a vibrar. Se había activado el stick shaker, un dispositivo crucial que advertía una inminente pérdida aerodinámica. En ese momento, cada segundo se volvía vital, y la amenaza de un desastre parecía inevitable.
Los pilotos, desconcertados por la vibración del stick shaker, rápidamente revisaron los instrumentos. La velocidad del avión parecía normal, pero el sistema insistía en que estaban entrando en una pérdida aerodinámica. ¿Cómo era posible? La confusión y el estrés aumentaban con cada segundo. Intentaron todo para recuperar el control del avión, pero los esfuerzos fueron en vano.
“No vamos a lograrlo, vamos a caer”
Desde su asiento, Stiley presintió lo peor y le dijo a su secretaria: “No vamos a lograrlo, vamos a caer”. Mientras tanto, en la cabina, el copiloto gritó: “¡Larry, nos estamos cayendo!”. El capitán solo pudo responder: “Lo sé”. Segundos después, a las 16:01, el Boeing 737 se estrelló brutalmente contra el Puente 14th Street y, como una pesadilla hecha realidad, se precipitó a las gélidas aguas del río Potomac.
El impacto fue devastador: el avión chocó contra el puente, golpeando siete vehículos y arrancando parte de la barandilla. Cuatro personas que iban en esos autos perdieron la vida y otras cuatro resultaron heridas. Sin embargo, la pesadilla apenas comenzaba.
Tras el impacto, el Boeing 737 se partió en dos antes de hundirse en las gélidas aguas del río Potomac, que estaba cubierto por una gruesa capa de hielo. La escena era dantesca: los restos del fuselaje se hundieron rápidamente en el río congelado y los pasajeros y tripulantes quedaron atrapados entre el metal y el agua letalmente helada.
Aunque los rescatistas llegaron con rapidez, el tiempo jugaba en su contra. También aparecieron las cámaras de televisión que comenzaron a transmitir en vivo y en directo el dramático rescate. Este accidente fue uno de los primeros desastres aéreos ampliamente documentados en tiempo real.
Las imágenes conmocionaron al público. Las cámaras mostraron a seis pasajeros aferrados desesperadamente a los restos del fuselaje, luchando contra el agua helada para salvar sus vidas. Entre ellos estaba Stiley, quien, tras perder el conocimiento por unos instantes y con ambas piernas fracturadas, logró salir a la superficie y agarrarse con fuerza a los escombros flotantes del avión.
Entre las estremecedoras imágenes, aparecieron actos de heroísmo extraordinarios, como el de Arland Williams. Cuando el helicóptero de rescate llegó, Williams rechazó la cuerda salvadora y la entregó repetidamente a los otros sobrevivientes, asegurándose de que fueran rescatados primero. Sin embargo, cuando el helicóptero regresó por él, Williams ya no estaba. Había muerto por hipotermia y agotamiento extremo. Su cuerpo fue recuperado posteriormente, pero su sacrificio no fue olvidado. En su honor el 14th Street Bridge, el puente contra el cual el avión se estrelló, fue renombrado Arland D. Williams Jr. Memorial Bridge.
Ese día el destino también convirtió en héroe a Lenny Skutnik, un empleado de la Oficina de Presupuesto del Congreso de los Estados Unidos que se dirigía a su casa después del trabajo. Al pasar cerca del lugar notó una gran conmoción. El joven se detuvo a observar cómo los equipos de rescate intentaban salvar a los pocos sobrevivientes que se aferraban a los restos del avión. Entre ellos, estaba Priscilla Tirado quien viajaba junto a su marido y su bebe de dos meses. La joven se encontraba muy débil por la hipotermia y no lograba sujetar la cuerda que le lanzaban desde el helicóptero de rescate. Los gritos desesperados de ayuda fueron para él “una sensación espeluznante”, diría luego. Al ver que la vida de la joven pendía de un hilo, Skutnik no lo dudó y se lanzó a las aguas heladas del río. Nadó con determinación entre los fragmentos de hielo hasta alcanzarla. Con esfuerzo la sostuvo y la llevó hasta un lugar seguro, donde los rescatistas finalmente pudieron asistirla.
Su acto de coraje quedó grabado como un símbolo de altruismo en medio de la tragedia y dos semanas después, el presidente Ronald Reagan lo reconoció públicamente como un ejemplo de valentía y humanidad.
Aunque Tirado fue rescatada, su esposo, José, y su bebé no tuvieron la misma suerte. Tras 11 días de angustiante búsqueda, el cuerpo del niño fue el último encontrado.
Hubo otro héroe menos conocido porque no había cámaras en ese momento. Fue el caso de Roger W. Olian quien rescató a Kelly Duncan, la azafata más joven del vuelo que logró sobrevivir al impacto gracias a que siguió las reglas. Cuando el avión despegó, ella se sentó en su puesto asignado, al fondo del avión, como indicaban las normas. Una de sus compañeras debía acompañarla, pero como era amiga cercana de otra auxiliar y estaban conversando decidieron quedarse juntas en la parte delantera del avión. Ninguna de las personas que estaban en la parte delantera logró salvarse.
Olian regresaba a su casa cruzando el puente cuando escuchó a un hombre gritar que había un avión en el agua. Al principio pensó que se trataba de una locura, pero cuando se acercó a la orilla lo que vio lo dejó sin aliento: la cola de un avión sobresalía del helado río Potomac, mientras el resto de la aeronave había desaparecido. “No había herramientas, ni ramas de árboles. La única opción era quedarme en la orilla esperando que algo sucediera… o saltar al agua”, contaría luego. Sin dudarlo, saltó y rescató a la joven que se quebró la muñeca y el tobillo en el accidente. “Ese día en el agua sentí que Dios estaba mirándome. Renací el 13 de enero”, dijo Duncan luego en una entrevista.
En la tragedia del vuelo 90 de Air Florida, además de Stiley, Tirado y la asistente de vuelo Duncan sobrevivieron los pasajeros Patricia “Nikki” Felch y Bert Hamilton. Aquel fatídico día, 78 personas perdieron la vida.
¿Qué sucedió?
Tiempo después de la tragedia, se determinó que las causas del accidentes fueron varias. Se verificó que el avión no había sido correctamente “deshelado” antes del despegue, lo que hizo que hielo y nieve se acumularan en las alas y en los motores. Esto comprometió gravemente la capacidad del avión para generar suficiente sustentación y potencia.
El proceso de deshielo del vuelo 90 se inició alrededor de las 14. En esa época, los procedimientos para deshelar aeronaves no estaban claramente estandarizados: no había precisiones definitivas sobre qué tipo de fluido utilizar, en qué proporciones o cuánta cantidad aplicar. Básicamente, el proceso consistía en retirar la nieve del avión utilizando una mezcla de agua caliente y propilenglicol, tras lo cual el capitán debía decidir si el vuelo podía proceder.
Ese día, mientras un equipo descongelaba un lado del avión, se anunció que el vuelo sería retrasado, lo que llevó a interrumpir el deshielo. El aeropuerto de Washington, con una sola pista operativa, tenía que cerrarla periódicamente para limpiar la nieve, lo que suspendía momentáneamente todos los despegues y aterrizajes.
Cuando finalmente se avisó que la pista estaba lista, se retomó el deshielo. Sin embargo, los empleados que descongelaron el otro lado del avión usaron mezclas con proporciones distintas de agua y glicol. Este error contribuyó a la acumulación de hielo en las superficies críticas del avión antes del despegue.
A la par, los pilotos no encendieron correctamente los sistemas de deshielo interno de los motores, lo que permitió que el hielo se acumulara en los sensores y componentes críticos del motor, afectando su rendimiento.
También hubo una falta de coordinación entre el capitán Wheaton y su copiloto Pettit. Aunque, luego se corroboró de las grabaciones, que Pettit expresó dudas sobre el funcionamiento de los motores y la acumulación de hielo, el capitán ignoró esas preocupaciones y procedió con el despegue. En ese momento, para deshelar el avión, el capitán tuvo una idea: se acercó lo más posible al que circulaba delante, un DC-9, con la esperanza de que el aire caliente de sus motores derritiera la nieve acumulada en su propia aeronave.
La tripulación tampoco reaccionó a tiempo a las señales de que los motores no estaban generando suficiente potencia durante el despegue (el stick shaker, que se había activado justo antes del impacto, aunque para entonces ya era demasiado tarde).
“El hielo y la nieve en las alas y el motor fueron un factor clave en el accidente del vuelo 90 de Air Florida el pasado 13 de enero, pero el piloto podría haber evitado el desastre aplicando el empuje máximo momentos después del despegue, informaron hoy los investigadores”, dijo el New York Times, en agosto de 1982.
Según el informe de la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB) “la causa probable del accidente fue la falta de activación del sistema antihielo de los motores por parte de la tripulación durante las operaciones en tierra y el despegue. Además, la tripulación decidió despegar a pesar de la presencia de nieve y hielo en las superficies aerodinámicas del avión. Otro factor clave fue la omisión del capitán al no abortar el despegue, incluso después de que se le advirtiera sobre lecturas anómalas en los instrumentos del motor durante la etapa inicial del ascenso”.
El 13 de enero de 1982 ocurrió uno de los accidentes más recordados en la historia de la aviación y, al mismo tiempo, un testimonio de la valentía y la bondad humana LA NACION