Inmersos en la cultura veloz y consumista donde prima el tener y el hacer, presas fáciles de luces de neón que nos encandilan con lujos y comodidades, escuchar historias de personas que bajaron el volumen de estas voces y agudizaron la de su corazón para seguir la propia vocación, desarrollando habilidades y pasiones con la mirada puesta en el bien común, es una experiencia que despierta. Por el coraje que implica dejar atrás expectativas sociales o familiares y realizar un acto de profundo compromiso y honestidad con uno mismo. Y su proyecto personal.
Un político, un ingeniero, un médico, una psicóloga, un abogado y un profesor, cada cual en su ámbito y con su realidad, comparten el valor de trabajar en aquello que disfrutan, lo que les fluye y sale fácil, donde pueden ganarse la vida y al mismo tiempo, vivir con propósito. Porque experimentan plenitud y placer al crecer de manera personal y comunitaria.
Florencia Marín (57), creó hace 9 años la Asociación Civil Libertad Eterna, que brinda asistencia a niños y jóvenes en contextos de alta vulnerabilidad. Su inquietud nació en su juventud a partir de su propio dolor que, con la ayuda de la fe, se convirtió en camino de transformación. “Ese amor de Dios fue el motor para salir al encuentro. Cada persona necesitada de consuelo fue despertando en mí un anhelo fuerte de volcarme a los demás”, cuenta. En 2016 decidió abrir el primer hogar para jóvenes con problemas de consumo. Durmió con ellos durante dos años compartiendo sus luchas y sus victorias.
Cuando se le pregunta qué es para ella la vocación no duda: “No es solo inclinación o talento. Es un llamado profundo que nos pone al servicio de algo más grande que nosotros mismos”.
Matías Najún (52), fundador del Hospice Buen Samaritano, (un hogar para enfermos terminales), y jefe de Cuidados Paliativos del Hospital Austral, valora la horizontalidad de su día a día. El ámbito hospitalario, sostiene, es jerárquico y extremadamente fragmentado. Cada especialidad está desconectada de la otra. “En el Hospice, en cambio, actuamos como una gran familia y trabajamos codo a codo médicos, enfermeras, kinesiólogos, psicólogos y voluntarios. Nadie es más importante que el otro; somos todos necesarios. Esa la clave de la eficiencia”, subraya. El modelo de cuidado que se respira allí es único: calidad de hogar con profesionalismo hospitalario.
Despertarse varias veces en la madrugada Qué significa según la psicología y cómo interpretarlo
Vitalidad
Al conversar con cada entrevistado, se percibe palpitando por lo bajo un torrente de vitalidad, alegría y entusiasmo sorprendente. “Amo lo que hago; me siento útil; me hace feliz mejorar la vida de otros; soy un afortunado y crezco humanamente”, son las frases que se repiten.
Y un dato no menor: la mayoría refiere a que los logros que cosechan son construcciones colectivas. El trabajo es sin duda en red.
Juan Thomas (53), creador de la Fundación Potenciar Solidario, organización que fortalece y articula el trabajo de más de 500 ONGs, por su parte, se asombra de la cantidad de voluntarios que siguen tocando sus puertas. “En 2009, cuando me tiré a la pileta para abrir Potenciar, convoqué a 12 profesionales amigos para ayudarme. Todos me dijeron que sí, y aún hoy nos siguen acompañando”, explica. Hace poco tiempo Juan recibió el premio que Ernst & Young otorga al emprendedor social del año. “No fue un reconocimiento a mi persona, sino al equipo y a los 120 voluntarios que nos ayudan. Lo que hacemos está plagado de huellas humanas”, reconoce agradecido.
En su caso, recibido de ingeniero industrial, su recorrido implicó dejar atrás una prometedora carrera como director de recursos humanos de una importante corporación. “A los 18 años elegí mi profesión por dinero y status”, afirma.
Pero a los 20, durante un retiro espiritual, vivió una experiencia que lo marcó para siempre. “No creía en Dios y ese fin de semana sentí el abrazo de un padre cercano y amoroso que me transformó por completo”, cuenta. Enseguida, comenzó a trabajar como voluntario en diversas fundaciones aportando su expertise en gestión, comunicación y fondeo. Cree que su inclinación por lo social se fue gestando de a poco y su paso por el mundo empresarial fue clave para agregar eficiencia y profesionalismo a este nuevo ámbito. En medio de la crisis de 2001 decidió realizar un posgrado en ONGs y en las aulas facultativas conoció “heroínas sociales” que fueron fuente de inspiración. Al poco tiempo dio el salto. La decisión no fue fácil.
Confianza
Pero no tardaron en aparecer señales y confirmaciones. Cuando se le cerraba una puerta laboral, se abría otra. Iban surgiendo oportunidades de consultoría en lo privado, y en simultáneo Juan se dedicaba a sus proyectos en organismos sin fines de lucro. A Matías le ocurrió algo parecido. Él lo llama directamente: providencia. Abrió el Hospice en Pilar en 2013 mientras ejercía la medicina en varias clínicas de CABA. Seguir este sueño, algo tan poco marketinero o rentable, hizo que el Hospital Austral conociera su trabajo y le ofreciera desarrollar la Unidad de Cuidados Paliativos. Fue un gran privilegio. “Nos mudamos con mi familia a zona norte y hoy ejerzo la profesión con un equipo de personas extraordinarias. No puedo pedir más”, asegura.
Con años de trayectoria en sus respectivas fundaciones, Juan y Matías valoran el haber sido fieles a ese “llamado” que se presentaba incierto y que implicó arrojarse de lleno a paliar el dolor de personas cuyos derechos básicos estaban vulnerados. “Agradezco dos días de mi vida. El 10 de julio que nací y el día en que descubrí el para qué vivir”, dice Juan.
Matías refiere al privilegio de acompañar a las personas en el final de sus vidas para que puedan despedirse en paz, rodeados de amor, familia y contención.
Cada cual en su lugar
Claudio del Rio es profesor de tenis desde 2008. A las 8 de un jueves gélido de invierno se lo ve en la cancha, corrigiendo con infinita paciencia el revés de un niño de 10 años; o el saque de adulto de 70. Da igual. Lo hace con tanto cariño y concentración que parece su primer día de trabajo. “Si me ganara la lotería, jamás dejaría de dar clases. Amo lo que hago y busco seguir aprendiendo para enseñar mejor. Me puedo levantar cansado un viernes, pero entro al court y a los 10 minutos me olvido de todo”, explica sonriendo este maestro que tiene una larga lista de espera de alumnos cada año.
Ramón Lanús (46) está casado, tiene 5 hijos y es actualmente intendente de San Isidro. Lo mueve el deseo de convertir este distrito en una de las mejores ciudades del mundo. De joven, su camino no fue claro. Trabajó durante años en prestigiosos estudios jurídicos, hasta que en 2001 tuvo un fuerte despertar. El slogan “Que se vayan todos”, fue un punto de inflexión. “Si nos vamos todos ¿quién se queda?, se preguntó. Y desde entonces entendió que, lo suyo era la política aunque el camino se presentara con mucha más incertidumbre y riesgo que su carrera como abogado.
Aunque ama lo público aclara que la política no es para todos. “Cada uno debe encontrar su lugar”, sostiene. Sí le preocupa y mucho que el sistema expulse a gente capaz con clara vocación política.
Ramón es el tipo de persona que no se rinde fácil. Le parece importante preguntarse tempranamente en la vida, cuál es el propio don que uno trajo para compartir con el mundo, para volcarse de lleno a esa tarea y agregar valor al tejido social. “Haciendo lo que te gusta rendís mejor”, puntualiza. Por supuesto que en su trayectoria, hubo momentos oscuros plagados de dudas.
Trail running. Todo lo que hay que saber para sumarse a una actividad que no para de crecer
Sus allegados descreían de su posibilidad de ganar. “Los pronósticos de las encuestas de opinión eran malos. Pero yo sentía que tenía una chance y me jugué por mi intuición”. Se arrojó a la cancha con los ojos cerrados sin pensar demasiado. “Laburé como un condenado; estaba convencido que tenía mucho para aportar”, señala. Y ganó.
Hoy se siente un bendecido. Cuando se le pregunta si tuvo que hacer renuncias para estar donde está, el responde que no. “Mi libido no está puesta en el dinero; vivo bien. Me cuido para que la política no me lleve puesto; reservo tiempo para mi familia. Pero me siento agradecido de tener una vocación tan marcada donde el impacto de mi tarea es mucho mayor que si hubiese continuado con la abogacía”, asegura.
Nunca es tarde
Para algunos, encontrar su profesión es algo que se presenta con cierta claridad en la juventud. Pero para una gran mayoría, no. Encontrar “lo propio” implica recorrer un largo camino de exploración repleto de claroscuros. De prueba y error.
Es el caso de Jorge Cazenave, un abogado de 61 años casado con tres hijos y criado en el seno de una familia tradicional de San Isidro. Desde chico Jorge se reconoce un amante de los animales domésticos y salvajes, lector voraz de enciclopedia como la Salvat o revistas como la National Geographic. Pero, cuando tuvo que elegir su profesión no encontró donde capacitarse en etología y optó por la abogacía, para poder contar con recursos económicos y dedicarse, como hobby, a los “bichos”. Pero no lo logró. Se desempeñó por años como abogado en juzgados federales pero la paga no fue suficiente; armó con su padre (de quien heredó su espíritu aventurero), una agencia de viajes agropecuarios (turismo técnico) que claudicó en 2001 debido a la crisis sanitaria por la aftosa. Se embarcó más adelante, transitando los 40, en la organización de cabalgatas en Santa Cruz, y gracias a ello fue testigo de un evento natural maravilloso que se transformó en fuente de trabajo: la llegada de las orcas a las costas de la Península Valdés para cazar las crías de lobos marinos. Quedó alucinado.
Y así fue como, al tiempo, se convirtió en “fixer de locación”: o sea, la persona que se ocupa de llevar a equipos como la BBC o Apple TV al terreno para filmar este hecho de predatorio único; y tantos otros, como las corridas de caballos salvajes en Santa Cruz, “Voy con los gauchos a buscarlos y meterlos en un embudo natural para que los fotógrafos puedan capturar el momento preciso”, señala.
Lo mueve el amor por conservar estas especies; por captar con el lente sus conductas (es fotógrafo amateur) y contar las historias de las personas sencillas que están detrás del cuidado amoroso de estos animales. “En mi tiempo libre hago lo mismo que cuando laburo: me siento durante horas a ver los pumas o los yaguaretés. Se me pasan los minutos sin darme cuenta”, afirma.
Después de muchos años de construir este oficio free lance peculiar (más aún para una persona criada en el conurbano bonaerense), habiendo padecido vaivenes económicos (durante la pandemia se quedó literalmente sin ingresos al interrumpirse los viajes), cuenta que desde 2022, trabaja full time con un ingreso fijo para un organismo dedicado a la conservación de las especies amenazadas. Si bien por primera vez, su situación financiera es estable, aclara que, nunca desistió ni desistiría de perseguir su sueño. Y es lo que aconseja a quien quiera oírlo: no olvidarse nunca de las propias pasiones. “Uno puede postergarlas por un tiempo pero hay que tenerlas a mano para cuando llegue la oportunidad. Y créanme, esta aparece”, remata.
En un mundo que se mueve a ritmos vertiginosos, donde cuesta tanto parar, escucharse y escuchar al otro, estos testimonios de conexión y de humanidad, se vuelven faros en el camino para no olvidarnos nunca de que una vida plena tiene mucho que ver con desarrollar y compartir generosamente nuestros dones. En dar y no solo tomar. Aunque la sociedad se empeñe en decirnos lo contrario.
Un proceso abierto
“Quien encuentra placer y sentido en su tarea cotidiana irradia una energía que moviliza, inspira y deja huellas en el entorno”, confirma la licenciada en Educación Cecilia M. Crouzel. Además, tiene un impacto positivo en nuestra calidad de vida y nuestras relaciones. En su experiencia en procesos de orientación vocacional, la psicóloga Graciela Bonafina, coincide en que, vivir conectados y desplegando nuestro potencial es una importante garantía de salud psíquica. No hacerlo, también acarrea costos. “Cuando no encontramos motivación y propósito en nuestra labor, y el desinterés se vuelve profundo y sostenido suelen aparecer malestares como el insomnio, la sensación de agotamiento, estrés o vacío”, agrega Crouzel, que tiene una consultora y se dedica a procesos de orientación vocacional. Por supuesto que, responder a ese llamado interior (vocare en latín) no se da en automático. Requiere de disciplina, constancia, ejercitación y estudio, aclara la psicóloga Andrea Saporiti. “Pero, el esfuerzo que conlleva no nos deja agotados física, mental o espiritualmente. Todo lo contrario”, afirma.
Más flexibilidad
La buena noticia, para las especialistas, es que en la actualidad, existe gran flexibilidad y dinamismo para construir el propio proyecto. Las carreras son más cortas, hay infinitas especializaciones a distancia y articulaciones en la formación. “Uno siempre está a tiempo de repensarse, recalcular, cambiar e innovar. Eso sí: es necesario comprometerse con un trabajo serio de introspección para detectar las motivaciones, miedos, gustos e inclinaciones. Y analizar las opciones laborales con realismo. Sin escaparse”, señala Bonafina. Crouzel subraya la importancia de estar en permanente diálogo con uno mismo para seguir creciendo. “A lo largo de la vida será necesario resignificar nuestro objetivos adaptándolos a las nuevas etapas”.
La vocación para ellas, es un proceso abierto que se va construyendo a lo largo del tiempo. No una revelación súbita. Y evoluciona según las vivencias y el entorno de cada cual. “Siempre se puede encontrar alternativas para llegar a donde uno quiere”, agrega con una mirada esperanzada Bonafina. Incluso en profesiones como la artística donde lograr autoabastecerse económicamente puede resultar arduo. Pone el caso de Diego Peretti, médico psiquiatra devenido actor.
La invitación es una: dedicar nuestro tiempo a algo significativo, expresar nuestro ser a través de lo que hacemos, y buscar ese sutil punto de encuentro entre nuestros dones personales y las necesidades del mundo. Para vivir la vida con sentido y propósito.
Inmersos en la cultura veloz y consumista donde prima el tener y el hacer, presas fáciles de luces de neón que nos encandilan con lujos y comodidades, escuchar historias de personas que bajaron el volumen de estas voces y agudizaron la de su corazón para seguir la propia vocación, desarrollando habilidades y pasiones con la mirada puesta en el bien común, es una experiencia que despierta. Por el coraje que implica dejar atrás expectativas sociales o familiares y realizar un acto de profundo compromiso y honestidad con uno mismo. Y su proyecto personal.
Un político, un ingeniero, un médico, una psicóloga, un abogado y un profesor, cada cual en su ámbito y con su realidad, comparten el valor de trabajar en aquello que disfrutan, lo que les fluye y sale fácil, donde pueden ganarse la vida y al mismo tiempo, vivir con propósito. Porque experimentan plenitud y placer al crecer de manera personal y comunitaria.
Florencia Marín (57), creó hace 9 años la Asociación Civil Libertad Eterna, que brinda asistencia a niños y jóvenes en contextos de alta vulnerabilidad. Su inquietud nació en su juventud a partir de su propio dolor que, con la ayuda de la fe, se convirtió en camino de transformación. “Ese amor de Dios fue el motor para salir al encuentro. Cada persona necesitada de consuelo fue despertando en mí un anhelo fuerte de volcarme a los demás”, cuenta. En 2016 decidió abrir el primer hogar para jóvenes con problemas de consumo. Durmió con ellos durante dos años compartiendo sus luchas y sus victorias.
Cuando se le pregunta qué es para ella la vocación no duda: “No es solo inclinación o talento. Es un llamado profundo que nos pone al servicio de algo más grande que nosotros mismos”.
Matías Najún (52), fundador del Hospice Buen Samaritano, (un hogar para enfermos terminales), y jefe de Cuidados Paliativos del Hospital Austral, valora la horizontalidad de su día a día. El ámbito hospitalario, sostiene, es jerárquico y extremadamente fragmentado. Cada especialidad está desconectada de la otra. “En el Hospice, en cambio, actuamos como una gran familia y trabajamos codo a codo médicos, enfermeras, kinesiólogos, psicólogos y voluntarios. Nadie es más importante que el otro; somos todos necesarios. Esa la clave de la eficiencia”, subraya. El modelo de cuidado que se respira allí es único: calidad de hogar con profesionalismo hospitalario.
Despertarse varias veces en la madrugada Qué significa según la psicología y cómo interpretarlo
Vitalidad
Al conversar con cada entrevistado, se percibe palpitando por lo bajo un torrente de vitalidad, alegría y entusiasmo sorprendente. “Amo lo que hago; me siento útil; me hace feliz mejorar la vida de otros; soy un afortunado y crezco humanamente”, son las frases que se repiten.
Y un dato no menor: la mayoría refiere a que los logros que cosechan son construcciones colectivas. El trabajo es sin duda en red.
Juan Thomas (53), creador de la Fundación Potenciar Solidario, organización que fortalece y articula el trabajo de más de 500 ONGs, por su parte, se asombra de la cantidad de voluntarios que siguen tocando sus puertas. “En 2009, cuando me tiré a la pileta para abrir Potenciar, convoqué a 12 profesionales amigos para ayudarme. Todos me dijeron que sí, y aún hoy nos siguen acompañando”, explica. Hace poco tiempo Juan recibió el premio que Ernst & Young otorga al emprendedor social del año. “No fue un reconocimiento a mi persona, sino al equipo y a los 120 voluntarios que nos ayudan. Lo que hacemos está plagado de huellas humanas”, reconoce agradecido.
En su caso, recibido de ingeniero industrial, su recorrido implicó dejar atrás una prometedora carrera como director de recursos humanos de una importante corporación. “A los 18 años elegí mi profesión por dinero y status”, afirma.
Pero a los 20, durante un retiro espiritual, vivió una experiencia que lo marcó para siempre. “No creía en Dios y ese fin de semana sentí el abrazo de un padre cercano y amoroso que me transformó por completo”, cuenta. Enseguida, comenzó a trabajar como voluntario en diversas fundaciones aportando su expertise en gestión, comunicación y fondeo. Cree que su inclinación por lo social se fue gestando de a poco y su paso por el mundo empresarial fue clave para agregar eficiencia y profesionalismo a este nuevo ámbito. En medio de la crisis de 2001 decidió realizar un posgrado en ONGs y en las aulas facultativas conoció “heroínas sociales” que fueron fuente de inspiración. Al poco tiempo dio el salto. La decisión no fue fácil.
Confianza
Pero no tardaron en aparecer señales y confirmaciones. Cuando se le cerraba una puerta laboral, se abría otra. Iban surgiendo oportunidades de consultoría en lo privado, y en simultáneo Juan se dedicaba a sus proyectos en organismos sin fines de lucro. A Matías le ocurrió algo parecido. Él lo llama directamente: providencia. Abrió el Hospice en Pilar en 2013 mientras ejercía la medicina en varias clínicas de CABA. Seguir este sueño, algo tan poco marketinero o rentable, hizo que el Hospital Austral conociera su trabajo y le ofreciera desarrollar la Unidad de Cuidados Paliativos. Fue un gran privilegio. “Nos mudamos con mi familia a zona norte y hoy ejerzo la profesión con un equipo de personas extraordinarias. No puedo pedir más”, asegura.
Con años de trayectoria en sus respectivas fundaciones, Juan y Matías valoran el haber sido fieles a ese “llamado” que se presentaba incierto y que implicó arrojarse de lleno a paliar el dolor de personas cuyos derechos básicos estaban vulnerados. “Agradezco dos días de mi vida. El 10 de julio que nací y el día en que descubrí el para qué vivir”, dice Juan.
Matías refiere al privilegio de acompañar a las personas en el final de sus vidas para que puedan despedirse en paz, rodeados de amor, familia y contención.
Cada cual en su lugar
Claudio del Rio es profesor de tenis desde 2008. A las 8 de un jueves gélido de invierno se lo ve en la cancha, corrigiendo con infinita paciencia el revés de un niño de 10 años; o el saque de adulto de 70. Da igual. Lo hace con tanto cariño y concentración que parece su primer día de trabajo. “Si me ganara la lotería, jamás dejaría de dar clases. Amo lo que hago y busco seguir aprendiendo para enseñar mejor. Me puedo levantar cansado un viernes, pero entro al court y a los 10 minutos me olvido de todo”, explica sonriendo este maestro que tiene una larga lista de espera de alumnos cada año.
Ramón Lanús (46) está casado, tiene 5 hijos y es actualmente intendente de San Isidro. Lo mueve el deseo de convertir este distrito en una de las mejores ciudades del mundo. De joven, su camino no fue claro. Trabajó durante años en prestigiosos estudios jurídicos, hasta que en 2001 tuvo un fuerte despertar. El slogan “Que se vayan todos”, fue un punto de inflexión. “Si nos vamos todos ¿quién se queda?, se preguntó. Y desde entonces entendió que, lo suyo era la política aunque el camino se presentara con mucha más incertidumbre y riesgo que su carrera como abogado.
Aunque ama lo público aclara que la política no es para todos. “Cada uno debe encontrar su lugar”, sostiene. Sí le preocupa y mucho que el sistema expulse a gente capaz con clara vocación política.
Ramón es el tipo de persona que no se rinde fácil. Le parece importante preguntarse tempranamente en la vida, cuál es el propio don que uno trajo para compartir con el mundo, para volcarse de lleno a esa tarea y agregar valor al tejido social. “Haciendo lo que te gusta rendís mejor”, puntualiza. Por supuesto que en su trayectoria, hubo momentos oscuros plagados de dudas.
Trail running. Todo lo que hay que saber para sumarse a una actividad que no para de crecer
Sus allegados descreían de su posibilidad de ganar. “Los pronósticos de las encuestas de opinión eran malos. Pero yo sentía que tenía una chance y me jugué por mi intuición”. Se arrojó a la cancha con los ojos cerrados sin pensar demasiado. “Laburé como un condenado; estaba convencido que tenía mucho para aportar”, señala. Y ganó.
Hoy se siente un bendecido. Cuando se le pregunta si tuvo que hacer renuncias para estar donde está, el responde que no. “Mi libido no está puesta en el dinero; vivo bien. Me cuido para que la política no me lleve puesto; reservo tiempo para mi familia. Pero me siento agradecido de tener una vocación tan marcada donde el impacto de mi tarea es mucho mayor que si hubiese continuado con la abogacía”, asegura.
Nunca es tarde
Para algunos, encontrar su profesión es algo que se presenta con cierta claridad en la juventud. Pero para una gran mayoría, no. Encontrar “lo propio” implica recorrer un largo camino de exploración repleto de claroscuros. De prueba y error.
Es el caso de Jorge Cazenave, un abogado de 61 años casado con tres hijos y criado en el seno de una familia tradicional de San Isidro. Desde chico Jorge se reconoce un amante de los animales domésticos y salvajes, lector voraz de enciclopedia como la Salvat o revistas como la National Geographic. Pero, cuando tuvo que elegir su profesión no encontró donde capacitarse en etología y optó por la abogacía, para poder contar con recursos económicos y dedicarse, como hobby, a los “bichos”. Pero no lo logró. Se desempeñó por años como abogado en juzgados federales pero la paga no fue suficiente; armó con su padre (de quien heredó su espíritu aventurero), una agencia de viajes agropecuarios (turismo técnico) que claudicó en 2001 debido a la crisis sanitaria por la aftosa. Se embarcó más adelante, transitando los 40, en la organización de cabalgatas en Santa Cruz, y gracias a ello fue testigo de un evento natural maravilloso que se transformó en fuente de trabajo: la llegada de las orcas a las costas de la Península Valdés para cazar las crías de lobos marinos. Quedó alucinado.
Y así fue como, al tiempo, se convirtió en “fixer de locación”: o sea, la persona que se ocupa de llevar a equipos como la BBC o Apple TV al terreno para filmar este hecho de predatorio único; y tantos otros, como las corridas de caballos salvajes en Santa Cruz, “Voy con los gauchos a buscarlos y meterlos en un embudo natural para que los fotógrafos puedan capturar el momento preciso”, señala.
Lo mueve el amor por conservar estas especies; por captar con el lente sus conductas (es fotógrafo amateur) y contar las historias de las personas sencillas que están detrás del cuidado amoroso de estos animales. “En mi tiempo libre hago lo mismo que cuando laburo: me siento durante horas a ver los pumas o los yaguaretés. Se me pasan los minutos sin darme cuenta”, afirma.
Después de muchos años de construir este oficio free lance peculiar (más aún para una persona criada en el conurbano bonaerense), habiendo padecido vaivenes económicos (durante la pandemia se quedó literalmente sin ingresos al interrumpirse los viajes), cuenta que desde 2022, trabaja full time con un ingreso fijo para un organismo dedicado a la conservación de las especies amenazadas. Si bien por primera vez, su situación financiera es estable, aclara que, nunca desistió ni desistiría de perseguir su sueño. Y es lo que aconseja a quien quiera oírlo: no olvidarse nunca de las propias pasiones. “Uno puede postergarlas por un tiempo pero hay que tenerlas a mano para cuando llegue la oportunidad. Y créanme, esta aparece”, remata.
En un mundo que se mueve a ritmos vertiginosos, donde cuesta tanto parar, escucharse y escuchar al otro, estos testimonios de conexión y de humanidad, se vuelven faros en el camino para no olvidarnos nunca de que una vida plena tiene mucho que ver con desarrollar y compartir generosamente nuestros dones. En dar y no solo tomar. Aunque la sociedad se empeñe en decirnos lo contrario.
Un proceso abierto
“Quien encuentra placer y sentido en su tarea cotidiana irradia una energía que moviliza, inspira y deja huellas en el entorno”, confirma la licenciada en Educación Cecilia M. Crouzel. Además, tiene un impacto positivo en nuestra calidad de vida y nuestras relaciones. En su experiencia en procesos de orientación vocacional, la psicóloga Graciela Bonafina, coincide en que, vivir conectados y desplegando nuestro potencial es una importante garantía de salud psíquica. No hacerlo, también acarrea costos. “Cuando no encontramos motivación y propósito en nuestra labor, y el desinterés se vuelve profundo y sostenido suelen aparecer malestares como el insomnio, la sensación de agotamiento, estrés o vacío”, agrega Crouzel, que tiene una consultora y se dedica a procesos de orientación vocacional. Por supuesto que, responder a ese llamado interior (vocare en latín) no se da en automático. Requiere de disciplina, constancia, ejercitación y estudio, aclara la psicóloga Andrea Saporiti. “Pero, el esfuerzo que conlleva no nos deja agotados física, mental o espiritualmente. Todo lo contrario”, afirma.
Más flexibilidad
La buena noticia, para las especialistas, es que en la actualidad, existe gran flexibilidad y dinamismo para construir el propio proyecto. Las carreras son más cortas, hay infinitas especializaciones a distancia y articulaciones en la formación. “Uno siempre está a tiempo de repensarse, recalcular, cambiar e innovar. Eso sí: es necesario comprometerse con un trabajo serio de introspección para detectar las motivaciones, miedos, gustos e inclinaciones. Y analizar las opciones laborales con realismo. Sin escaparse”, señala Bonafina. Crouzel subraya la importancia de estar en permanente diálogo con uno mismo para seguir creciendo. “A lo largo de la vida será necesario resignificar nuestro objetivos adaptándolos a las nuevas etapas”.
La vocación para ellas, es un proceso abierto que se va construyendo a lo largo del tiempo. No una revelación súbita. Y evoluciona según las vivencias y el entorno de cada cual. “Siempre se puede encontrar alternativas para llegar a donde uno quiere”, agrega con una mirada esperanzada Bonafina. Incluso en profesiones como la artística donde lograr autoabastecerse económicamente puede resultar arduo. Pone el caso de Diego Peretti, médico psiquiatra devenido actor.
La invitación es una: dedicar nuestro tiempo a algo significativo, expresar nuestro ser a través de lo que hacemos, y buscar ese sutil punto de encuentro entre nuestros dones personales y las necesidades del mundo. Para vivir la vida con sentido y propósito.
Testimonios de los que se animaron a seguir su llamado interior y en muchos casos dieron un golpe de timón en sus vidas para desarrollar actividades con sentido y propósito LA NACION